sábado, 23 de agosto de 2014

Sobre "Estrategias de la palabra"



Pocas veces estuve más orgulloso de un libro que me haya tocado en suerte editar. Esta es una de ellas.
Durante los últimos años del Proceso esperábamos ansiosos cada quince días cuando salía la revista. Podíamos empezar por las páginas amarillas iniciales (que tan mal imitan hoy la Barcelona o Mu). Pero el plato fuerte eran dos de sus articulistas principales: Enrique Vázquez y Luis Gregorich. Justamente por artículos de ellos dos es que la revista Humor sufrió su único secuestro, en enero del 97. Guardo en algún lugar ese número. El original, no la edición que se publicó posteriormente. El porqué de ese privilegio es sencillo. Mi papá, dueño de una parada de diarios, se enteró por los policías de la 46 (a quienes conocía por regalarle el diario todas las jornadas) que la edición sería secuestrada. Era un método habitual esos últimos meses de la dictadura, cuando empezaban a aparecer algunas revistas que mezclaban la denuncia política con el destape sexual, siempre había algún cana amigo del canillita que le avisaba antes para esconderla y evitar el engorroso problema del secuestro y el posterior reconocimiento en la devolución.
Los textos de Gregorich eran más densos, o así lo sentía yo, un adolescente que se iniciaba en los primeros palotes políticos. Pero su columna estaba siempre presente. No guardo registro de la última vez que escribió en la revista, ni porque deje de leer la Humor. Habrá sido porque se volvió reiterativa o me aburrió. Lo cierto es que tampoco recuerdo cuando dejó de salir. Se que fue casi cuando estaba terminando el menemismo. De un día para otro. Se también que muchos columnistas se volvieron fervorosos kircheneristas. Muchas a cambio de buenos sueldos y otros sencillamente por un tardío diploma que le entregó Cristina. En el periodismo pareciera que venderse es barato.
Hace un par de años, haciendo tiempo para ir a entregar notas de parciales en Drago, me entretuve en un café de la zona con algunos viejos números de la revista Humor. Entre ellos, uno de diciembre del 83. Me llamó la atención una de los historietas, creo que de Grondona White, sus dibujos nos contaban que aburrida sería la vida en democracia. Vistos a la distancia, los titularía “Los sueños incumplidos de la democracia”. Pero eso es para otra columna. La otra era una carta de despedida de Luis Gregorich. En pocas palabras, sencillas, humanas y precisas, contaba el porqué de su partida. Iba a formar parte del nuevo gobierno. Ocuparía el cargo de Director de Eudeba. No podía, entonces, seguir escribiendo en un medio independiente y utilizarlo para defender un gobierno del que formaría parte. En síntesis, toda una lección para el periodismo militante tan de moda en estos años.
El tiempo pasó. Y yo me convertí de canillita y politólogo en editor de libros. Esta semana hice cuentas y creo que llevo editados más de 130 títulos. Perdí la cuenta. Muchos de esos títulos son olvidables y otros directamente los escribí yo. Hace unos meses, otro Luis, mi jefe en Eudeba, me dio uno de esos encargos especiales. Editar una serie de textos de Luis Gregorich, con ilustraciones especiales de Huadi, un dibujante de La Nación. Eran, son, una selección especial de lo mucho que había escrito durante la dictadura. En la Opinión, Clarín, Medios y Comunicación y, claro, Humor.
El trabajo del editor es muy raro, pocas veces un libro se edita igual que otro. Pocas veces a un libro no hay que tocarle una coma. Pocas veces un autor acepta todas las sugerencias. Pocas veces un editor edita sin cometer errores (errores que se verificarán, obviamente, con el libro impreso).
Por teléfono nos contactamos la primera vez y rápidamente nos pusimos de acuerdo en cómo trabajar. Yo haría las sugerencias y el las evaluaría. En general fueron pocas. Aceptadas casi todas. Salvo una. En el primer párrafo. Pero el trabajo más complejo era el de insertar las ilustraciones. No me gustan los libros con ilustraciones o fotos. Nunca nos ponemos de acuerdo con el autor donde deben ir y es engorroso al momento del diseño. No fue el caso. Me pidió que lo veamos en su casa y accedí sin ningún inconveniente, pese a que era en Caballito, uno de los barrios de Buenos Aires que menos me gusta visitar. Me sorprendió la humildad y sencillez de su departamento. Trabajamos unas dos horas y cerramos el libro. Me hizo un comentario que me pareció englobaba claramente lo que significaba este libro: “no se si hay muchos periodistas que escribieron durante la dictadura y no se avergüencen de alguno de sus textos”. Claramente no es el caso de Gregorich. En el 77, cuando la preocupación principal del periodismo era si se llegaba al mundial 78 con los estadios terminados, Luis denunciaba, en Medios y Comunicación la desaparición de sus colegas, los periodistas.
Seguramente muchos de esos colegas no compartirían las ideas de Gregorich hoy en día. Es un agudo y sagaz analista de esta etapa. Es de los más lúcidos. Y no es uno de los optimistas. Basta leer sus actuales columnas de La Nación.
Seguramente hoy, esos colegas que borran de su CV la etapa en la que trabajaron en la corpo, se pregunten que hizo Gregorich en la dictadura. Leer este libro les puede dar una respuesta. Sobre todo ahí, en esas columnas donde pone el cuerpo para denunciar la barbarie. Y donde enseña que la única militancia que debe tener el periodista es a la hora de defender la democracia, no un gobierno.

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