Corría el año 2002 y las cosas estaban dadas vuelta. Desde
hacía unos meses me dedicaba a esperar que surgiera alguna oferta de trabajo.
Pero, como todos recordamos, la cosa estaba difícil.
El partido, desmovilizado y patas para arriba. Pero la JR,
con nueva conducción, decide llevar adelante cursos de formación política en el
interior. Por interpósita persona, presentamos un proyecto y a esperar. Claro,
la cosa era ad honorem para algunos. En este caso, yo.
El destino asignado presentaba un desafío. Santiago del
Estero. Ciudad que no conocía y a la que por mi falta de interés en volar, llegaría
por micro. Al llegar a la terminal, obviamente un
compañero, como corresponde en este tipo de casos, estaba esperando allí.
Llegué por la mañana y entendía que el curso de “Historia Argentina” que daría
comenzaba después del mediodía. Iluso de mí, no tuve en cuenta la sagrada
siesta santiagueña. La cosa se empezaba a postergar y me olía raro. Mi cabeza
trataba de comprimir aún más lo que tenía preparado.
Aproveche y dormí yo también la siesta en el hotelucho
frente a la terminal que me habían
asignado los compañeros de la JR Nacional. La cosa se dilataba porque tenían que llegar aún el Presidente y
la Secretaria General que, obviamente paraban en un hotel más copado del centro.
No me importó mucho.
La cosa empezaba a moverse, me avisan que a las siete,
aproximadamente, comenzaba la conferencia de prensa. No entendí muy bien, creí
que era La Conferencia. No, me aclararon, como venía “un profesor de Buenos Aires
(es decir, yo), convocaron a una conferencia de prensa”, de la cual sería
protagonista. Al día siguiente los diarios locales se hacían eco, con foto y
todo, de la llegada de este profesor. Pero el curso no comenzaba. Comenzaría recién
despúes del mediodía del sábado y no duró más de tres horas. Casi que un resumen Leruh de
historia argentina. Como nota de color, queda como anécdota.
Pero esta historia es la escuza para contar lo que realmente me
quedó de ese viaje. El gobernador de entonces, y casi de siempre hasta ese
momento, había convocado elecciones anticipadas para revalidar su título de
dueño de la provincia y de todo lo que se movía en ella. El intendente
capitalino era de la oposición, es decir radical, y convivían en un esquema basado en quien era el que más puestos laborales públicos repartía.
La preocupación principal de los muchachos de la JR era,
lógicamene, el adelanto electoral. Incluso uno de los chicos que me había
acompañado desde el primer momento, estaba viendo como iba a pedir licencia
en el trabajo (obviamente estatal), para participar de la campaña. Su
preocupación derivaba del hecho que meses atrás había tenido que pedir una
licencia de varias semanas para la campaña del 2001, en la que literalmente les
habían hecho precio.
La segunda preocupación era que con dos campañas tan cerca
no podían juntar plata para comprar “los chorizos”. Pregunté, curioso, para que
“chorizos”. Para dar de comer a la gente el día de las elecciones. Insistí con
mis preguntas (había resultado curioso el “profe de Buenos Aires”). Me
desasnaron: “Los peronistas juntan a la gente en las unidades básicas y les dan
de comer, después los llevan a votar y así sacan el 80% de los votos”. Una
combinación perfecta de choripán y empleo público que reemplazaba las
zapatillas que el año anterior había repartido peluca Ruckauf en Buenos Aires
con su firma. Clientelismo básico que no debía sorprenderme.
Lo que me sorprendió, y se los comenté, es por qué no hacían
algo distinto. Por ejemplo, ese esfuerzo que ponían en comprar los chorizos,
desviarlo para fiscalizar con más fuerza, incluso trayendo militantes de otras provincias. La respuesta no me dio margen para
seguir proponiendo: “Porque hay que hacerlo”, aunque ellos siguiesen sacando el
80% y el radicalismo algo más del 15%. Así, más o menos fueron los resultados
que consagraron a la mujer del gobernador como gobernadora ese año. Juárez al
poco tiempo sería el primer caudillo peronista en apoyar la candidatura de
Kirchner.
Pero en el camino pasó lo imprevisto. Un crimen que
involucraba a los hijos del poder provincial, como en Catamarca, intervención y
nuevas elecciones. La taba se dio vuelta y quien era intendente de la capital
se convirtió en Gobernador.
Uno pensaría que las cosas cambiaron. Pero no. El reparto de
choripanes siguió igual, solo que cambió el parrillero. La proporción es la
misma que antes. Pero al revés. Hasta la esposa del gobernador es gobernadora.
Evidentemente la respuesta que me dieron en su momento, “porque hay que hacerlo”
era correcta. Resignadamente correcta.
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