Sábado a la mañana. Hace mucho no escribo en el blog. Paula
salió a dar clases. Carla duerme y Felipe ya está activo desde temprano.
Preparo un mate e intento que las tostadas de pan lactal
tengan el mismo gusto de antes. Antes que Bimbo se quede con todo. Cuando las
cosas tenían gusto. Esta semana compré un paquete de Rex. No recuerdo que el
gusto que tenían fuese el mismo de ahora. Puede ser la fórmula o que las
papilas gustativas ya no son lo mismo que cuando éramos chicos.
Mientras desayuno, leo el diario por la compu y pongo de
fondo algo de Youtube. Un play list de Soda Stereo. Se publicó una bio de
Cerati esta semana. No la compré aun. Pienso que si Carla se levanta todavía
tenemos un rato para ir a comprar compulsivamente libros a Yenny. El de Cerati
estará en la lista.
Me acuerdo que cuando leí que tuvo el ACV justo nos juntamos
a cenar con los amigos de la secundaria. No nos asombró la noticia. Creo que la
Bio debe ser buena.
Llegué a Soda Stereo un poco tarde. Cuando ya eran
consagrados. Incluso en los primeros ochenta me cruce a Cerati por Belgrano y
me pareció un pelilargo más. Pero a fines de los ochenta empezaron a gustarme.
Fui a cuatro recitales (poco, no?). Aunque tal vez fueron
cinco. Pero uno no cuenta.
El primero, en la 9 de Julio, cuando se cumplieron los cinco
años de Democracia (vamos por 32, más del 30% de la promesa que nos hizo
Alfonsín). Ahí estuvimos con el Pitu, Alejandro, Miguel y Paola. Cuando murió
Cerati todos se acordaban de haber estado, pero no juntos.
Salimos de la sede de la carrera cuando estaba en la calle Ayacucho.
Ya corrían los noventa. Ya teníamos al turco en el gobierno.
Me sentía mal y me fui de la facu a casa. Raro. Porque no soy de enfermarme.
Habíamos sacado entradas para unos días después con un par de amigos de la
Franja para ir a verlos al Gran Rex. Un grupo extraño para quien nos viese. Dos
de la banda de La Familia y uno del Centenario. No me preocupé cuando me sentí
mal porque faltaban unos días. Y, sin saberlo, iba a curarme de pronto.
Cuando estoy llegando a casa veo de lejos que en la puerta
de casa está Pablo (quién sino). Apenas llego y antes de saludarme me cachetea:
“Lopre, me avisaron que Silvina, te acordás de Silvina, está mal. Meninghitis.
Se va a morir Lopre”. Silvina, compañera de la secundaria con la que Pablo
habrá hablado tres veces en toda su vida. Joven. Veintiún años. Yo ni sabía que
era la mininghitis. Pero sabía de Silvina. Una gran piba. La primera en casarse
y en tener una hija de todos los del secundario. A Pablo le había avisado
Guillermo, que no era de nuestra división pero había hecho la primaria con
Silvina y otros de mi curso en un colegio de Devoto. Mi gripe se curó al
instante. Silvina estaba embarazada de nuevo. No sobrevivió él bebe. Tampoco
ella. Su funeral fue al día siguiente del recital. En mi recuerdo los dos
sucesos son uno. Como esas películas con plano secuencia que comienzan en un
lugar y terminan en otro. A la noche el recital. A la mañana el no funeral.
Salimos desde la casa de Silvina en Caseros hasta Chacarita. Y salimos del
cementerio caminando con Aníbal y Guillermo. Creo que llovizna.
Un par de años después, volvieron a tocar en el marco de
unos recitales que organizó Grosso y en los que también cantó Pavarotti. Pero
es el que no cuenta porque era tal la cantidad de gente que no llegué a verlos.
Después el recital despedida. Me aburrió. Pero más me asustó
el movimiento de la popular de River. No soy chico de la popular. Yo era de la
San Martín baja. Ahí donde se ubican los puteadores de paladar negro.
Y el del regreso. Con Paula. Pocos días antes me había ido
de Planeta. Estaba cerca de los cuarenta. Habían pasado más de veinte desde la
primera vez. Incertidumbre por lo que viniese. No es fácil la vida del editor
universitario especializado en libros importados. Y todavía no había cepo.
Pudimos ir a verlos al último de verdad, al de diciembre.
Pero preferimos armar un asado en lo de Pablo. Creo que el último que hicimos
en la casa de Pedro Morán. Cada tanto subo una foto de ese día a Face. Estamos
enharinados porque mutamos asado por pizzas a la parrilla.
Pasaron ocho años. Pablo ya no está. No hay quien me diga “Lopre,
no te vas a morir mañana” cuando le leo por teléfono resultados de un estudio. La
casa de Pedro Morán, que tan moderna me pareció siempre, tampoco. Ahora
hicieron unos PH. Paula sigue estando, siempre. Como dice ella: “Trece años que
estamos juntos, doce que vivimos y once de casados”. La hermosa secuencia
ascendente cambia todos los años. Está Felipe también. Y pienso que sería bueno
despertar a Carla para ir a saturarnos de libros al shopping.
Me gustó
ResponderEliminarGracias!
ResponderEliminarLleguè a tráves de un tuit de @oliveraluciano. Me quedo leyendo el blog
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