“¿Salimos el viernes?”, preguntó él/ella.
“Tas loco/a… hay escrutinio en Derecho”, respondió él/ella.
“¿Y el sábado?”
“Tampoco, se escruta el consejo de veterinaria, si ganamos
ahí nos aseguramos la FUBA…”.
Para él/ella que no militaba, era muy chino todo esto.
Sonaba a excusa y la relación iba francamente al fracaso. Seguro que de esas
parejas no salieron hijos.
Los noventa pasaron. Muchos pensaron que como “contra
Franco, contra Menem estábamos mejor”… Pasó la Alianza y pasó el “Padrino”. Más
de uno creyó que los principios reformistas se consagraban con ese desprolijo
que viene del Sur. Y claudicó. Otros que el sello “ya no sumaba” o era “yeta”.
Pero como en la pequeña aldea gala que resiste al imperio
romano gracias a una poción mágica, un grupo de pibes que en los noventa no
habían nacido y que en el 2002 estaban en salita de tres, tomó la posta y fue
pasando el nombre de generación en generación.
Puede que lo hayan discutido. Hubiese estado bueno
presenciar esa discusión. Entender por qué, pese a que iban a perder mil
elecciones, decidieron seguir bancando la sigla, la mesa, el número de lista y
la bandera.
Debe haber sido duro patear los pasillos en 2003. Y en 2004,
en 2005 y así. Debe haber sido difícil en 2011. Y en 2015. Cuando incluso se
pusieron firmes contra la decisión de la convención (decisión con la que, aclaro,
estoy de acuerdo).
(Entré a militar en el año 87, apenas empezaba a cursar la
carrera de Ciencia Política, en medio de una huelga docente y un par de semanas
antes de la derrota legislativa de ese año. Dos meses después se perdía derecho
por primera vez. Yo me anoté en esa facultad solo para votar, ya que las
materias del CBC eran las mismas. Lo hice durante algunos años y llegué a
cursar un par de materias que incluso me sirvieron para recibirme de la mía).
Los de entonces ya no son/somos los mismos. Están/estamos
gordos, pelados y los que no, pintan canas o son una combinación de todo eso.
Particularmente no conozco a ninguno de los de ahora. Algún que otro apellido
familiar, por tradición partidaria o por herencia generacional. Pero sin
conocerlos, estos pibes que veo hoy en los Vine
que suben a Facebook, me hicieron emocionar.
Porque como cuenta Ricardo
Laferriere: “…en los días finales de
mi función como Embajador en España, un grupo de graduados argentinos
residentes en Madrid me organizan una reunión de despedida. La Argentina vivía las
dramáticas turbulencias de diciembre del 2001. Allí me encuentro con un
catedrático español que me comenta su admiración por nuestro país. Extrañado —porque
lo usual en esos días no eran precisamente halagos— le pregunto la razón. “Es sencillo —me dice— vengo de un viaje al norte de tu país, que
recorrí en automóvil alquilado para conocer la Argentina real, no la
preparada para turistas. En una solitaria ruta sin pavimentar de Jujuy, rumbo a
un lugar alejado en la montaña, veo a un coya con su atadito al hombro, pobre
de solemnidad, haciendo auto-stop. Me ofrezco a llevarlo, y me cuenta que
volvía a su ranchada, a 40 kms en la montaña, donde no
llegan los ómnibus. Había venido hasta Salta, ciudad que conoció en ese viaje,
para asistir al acto de graduación de su hija, recién recibida de Ingeniera
Industrial, en la
Universidad Nacional de Salta. Y eso, mi querido Embajador,
en Europa no se consigue”. “Eso” —pensé
entonces— es por la Franja,
y por generaciones de reformistas que, con sus idas y vueltas, aciertos y
errores, no cejaron nunca en su lucha por “una
Universidad Nacional abierta al pueblo, y a su servicio”.
Gracias chicos, hoy a muchos que seguimos anoche el
escrutinio por twitter, nos hicieron un poquito más felices.
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