“Tengo mucho moco má, me das un pañuelo”
“Para qué?, si te vas a jugar a la agronomía, llévate trapos
del taller de la abuela, úsalos y tiralos”
En mi infancia, usar trapos para pelearle a la sinusitis
crónica que todavía hoy me persigue, era lo normal.
“Má, me avisaron en el cole que si mañana no llevo el pelo
corto no entro”
“No tengo tiempo, andate a lo de Hilario y que te recorte un
poco”
“Pero má, es una peluquería de mujer”
“No importa, nadie se va a dar cuenta”
Ir a la peluquería de Hilario (uno de los primeros
transformistas que se animó en Argentina), cortarse y contárselo a tus dos
mejores amigos del colegio (Diego y Fernando, si están leyendo esto, no saben
el trauma que generaron) y que estos se lo cuenten a las nenas más lindas del
grado no fue una buena decisión. Corrían los setenta y yo cursaba el quinto
grado de la escuela primaria.
“Tía, esta remera es roja, es de mina”
“Ponetela igual, nadie se va a dar cuenta”
“Pero abrocha al revés”
“Nah, ni ahí, usala, la que trajiste está sucia”
Quedarse a dormir en lo de tu abuela, siendo adolescente y
no tener ropa para ir a trabajar al día siguiente y que tu tía tuviese una
boutique femenina, no era cool en los
ochenta.
Hoy diría que fui un pionero. En el uso de Carilinas (en los
setenta lo descartable estaba solo permitido para millonarios). En los
servicios de la peluquería unisex (solo en la manzana de mi casa, en Palermo,
hay unas seis peluquerías… unisex). Y en imponer modas andróginas.
Pero todo eso me genero traumas que me perduran. O lo
hicieron hasta hace unos días.
Me levanté temprano, llevé al jardín a Felipe y volviendo
decidí tirar el viejo paraguas negro. Ya no aguantaba ni otra llovizna. Me
crucé a Farmacity. Compré uno re masculino. Volví a casa. Tomé un par de mates
con Paula y salí a la reunión más importante del año protegido por mi nueva
adquisición. Subí al subte. Me acomodé y ahí lo vi. Violeta, con puntitas
blancas y volados. Había agarrado el de Paula. Bajé del subte y no lo tiré en
el primer cesto que me encontré. Crecí. Me di de alta sin nunca haber hecho
psicoanálisis. Definitivamente, en mi infancia fui un pionero.
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