Todas las familias tienen sus historias. Se cuentan de boca
en boca, tergiversadas por los años. Trascienden generaciones y van malformando
su génesis. Las hay divertidas, las hay tristes y las hay juzgables. Cuenta la
leyenda familiar que los suegros de mi padrino ganaron la Grande de Navidad una
vez. Cuanta la leyenda que mi padrino, sabiendo que alquilaban una vieja casa
chorizo en la zona de Urquiza y, que como venía la mano alquilarían el resto de
su vida, empezó a buscar casa para que compren y se muden. En tanto el tano
iniciaba su noble gesta, sus familiares políticos iban gastando la plata. Que juegos
para los chicos, que alguna comilona, que algún regalo a los vecinos “de
siempre”. Cuanta la historia que al poco tiempo ya eran pobres de nuevo… y sin
techo propio. De nada valieron los esfuerzos de mi padrino subido a su motoneta
recorriendo posibles moradas.
El 27 de abril a la noche, mientras llegaban los rápidos
resultados de la elección más rara que tuvimos desde el regreso a la democracia
en1983, lo tuve claro. Serían años peores a los de Menem. A los pocos días, cuando
la lista de invitados a la asunción del mando de un presidente que no había
salido nunca del país incluyó líderes de dudosa calidad democrática como el
viejo dinosaurio cubano o el del venezolano que encabezó un golpe de Estado en
Venezuela, terminé de convencerme. “Son peores que Menem” le dije a mi mujer.
Tal vez en mi afirmación había influido un por entonces
reciente viaje a Calafate, en 2001, su ya “lugar en el mundo”. Aclaremos el por
qué. Suelo sentirme maltratado cuando hago turismo en Argentina. Los servicios
son en general mediocres y caros. En ese contexto nunca me sentí más maltratado
que en ese viaje a Calafate. Pero en ese viaje, además, pernoctando en una
estancia ovejera en medio de la hermosa Patagonia, escuche por primera vez
hablar de los “fondos de Santa Cruz”. Todavía gobernaba la Alianza.
Pronto descubrí que era lo que me caía tan mal de la pareja
presidencial. El “parecer”, es decir eso de mostrarse como No son (o eran, en
el caso de Kirchner). No dejás de ser millonario porque usas una Bic para
firmar decretos. En ese caso sos amarrete. Y si simulás humildad para, en
paralelo, con información privilegiada, continuar haciéndote millonario, además
sos corrupto.
En tanto comenzaron a circular los rumores con el tema de la
1050. Para los jóvenes, antes de googlear, la 1050 fue una circular del gobierno
militar que indexaba los créditos hipotecarios de manera tal que nunca
terminabas de pagarlos a la vez que tu propiedad perdía valor frente a la
deuda. Si vendías tu casa no alcanzaba para pagar el crédito que habías
adquirido. Algo parecido a las “hipotecas tóxicas” que se llevaron puesto tres
décadas después al gobierno de Bush. Para el gen de los Kirchner era un
escenario precioso. Abogados de los acreedores en el sur, negociaban con el
pobre desdichado presto a ser rematado y por unos pocos mangos se quedaban con
sus propiedades. Así forjaron su exitosa profesionalidad.
Nunca me gustaron los usureros. En la parada de diarios de
mi papá, esperaba siempre el del Hospital, a los empleados que había cobrado
momentos antes su salario y los interceptaba para que no se escapen.
A poco de andar, aparecieron los primeros arribistas. Si en
la secundaria eras el preceptor que en los ochenta ponías amonestaciones al que
leía Humor, hoy te ponías a bancar el proyecto. Si en los ochenta repartías
volantes con viñetas contra el aborto, hoy bancabas al proyecto. Si en 1987 te
quedaste en casa festejando semana santa porque “la familia” es lo primero, hoy
bancabas el proyecto. Si en diciembre del 88 cuando realmente parecía que todo
se derrumbaba, preparabas el vittel tone y ni mirabas la televisión, hoy
bancabas el proyecto. Si en el 83 votaste a Luder porque, entre otras cosas, te
parecía bien la autoamnistía militar, hoy bancabas el proyecto. Llegaron los
noventa y te pasaste la década viajando por el mundo. Conociste Nueva York y
Londres. Fuiste al pueblo de tus abuelos en España o Italia y te ibas de
vacaciones a Grecia porque era más barato que Mar de Ajo. No te importaron los
indultos porque había que cerrar la puerta a la memoria. Estuviste a tiro y cobraste
alguna de las tantas indemnizaciones que inventó el turco. Lo votaste dos
veces. No una. Dos. Vos que habías ido a las dos ferifiestas y tirado bolas
contra la figura de Reagan en papel maché, lo votaste dos veces al turco.
Claro, la guerra fría había terminado. En las intermedias, para descontaminarte
un poco, lo votabas a Chacho. Eso te hacía sentir mejor. Pero ahora llegaba el
turno de tu propia autoamnistía. Llegaban los pingüinos. Y hacías borrón y
cuenta nueva. Así como no existía el pasado para ellos, tampoco para vos. Y que
más lindo que vivir sin pasado. Sobre todo cuando tu mayor acto de resistencia
fue ir a ver “Tango feroz” a un cine del centro. Ah. La adolescencia tardía.
Todos queremos volver a ser adolescentes. Y el kirchnerismo nos ofrecía un De
Lorean al pasado en bandeja. Ahora te emocionabas cuando aparecía un nuevo
nieto. Cuando antes no sabías ni que existían las abuelas. Ahora despotricabas
contra el Imperio de Obama. Cuando antes ni sabías que en plena primavera
democrática un señor de bigotes guardo el discurso que tenía preparado y le
cantó las cuarenta a Reagan en los jardines de la Casa Blanca. Ahora te
emocionabas porque “bajando un cuadro creaste miles”, mientras en los noventa
dejabas de mandar a tus hijos a la escuela pública porque “los paros, viste…”.
Si me preguntan por qué me irritaron tanto estos años no se
si tengo una razón específica. Es un poco de todo eso. Tal vez me moleste que
en los ochenta dejé pasar parte de mi adolescencia para aportar un mínimo
granito de arena a esta democracia que tenemos, mientras la mayoría de los que
banca este proyecto te miraba con cara de “vos te metés en política? Tené
cuidado…”. O tal vez es que me molesta cuando algún alumno me increpa “Ud. lee
ese diario?”. O tal vez porque mientras marchábamos contra la sanción de la Ley
de Educación, la aun hoy presidente la votaba a libro cerrado (como tanto le
gusta a ella).
Son pequeños y grandes detalles.
O tal vez es la oportunidad perdida. Nunca facturamos tanto
como país como en estos años. “No fue magia” se tatúan algunos. “Fue soja y
suerte”, dicen en realidad los que saben. Pero como en la familia de mi
padrino, la magia se terminó. Baja el telón y queda el saldo de la fiesta. Lo
vas a pagar votando a Scioli. Mientras la jefa se va a cuidar el jardín a
Calafate.
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