sábado, 30 de agosto de 2014

Algunos Problemas de Interpretación



Desde el principio de la historia de nuestro país las cosas estuvieron mal barajadas. O mal enseñadas. Algo que supuestamente el revisionismo vino a corregir. O en todo caso a malbarajar de nuevo.
Por ejemplo, nos enseñan que ante el avance inglés durante las primeras invasiones, el Virrey Sobremonte huyó de la ciudad con los tesoros de la misma. La verdad histórica es evidente. La huida cobarde de un representante de la Corona ante el avance de la armada británica no lo deja muy bien parado. Pero no se hace incapié en ese punto (la huida) sino en el de llevarse los tesoros (o la recaudación). Es decir, el muchacho podía huir pero tenía que dejar a los ingleses el tesoro. No protegerlo según las órdenes que tenía.
La historia sigue avanzando y se ocupa de Moreno. Resulta que para el revisionismo primitivo, Moreno era poco menos que un cobarde que se ocupa de hacerle la vida imposible a Saavedra (El Perón de la época). Este, para esos revisionistas originales, por ejemplo Salvador Ferla, es el verdadero populista de la revolución y el otro, poco menos que un mequetrefe arribista. Tenía que llegar el neo revisionismo de los últimos años para descubrir en Moreno un adalid de la libertad de los pueblos nuestroamericanos… No es esta la discusión que me interesa. Particularmente hay cosas de Moreno que me simpatizan (por ejemplo el Decreto de Supresión de Honores) y otras que definitivamente no (su jacobinismo). Pero no me atrevo a juzgar a esos hombres. Se la jugaron en un momento difícil como ningún otro. En lo que me quiero detener es en el tema de la “sospechosa muerte” del prócer. Es cierto que su mujer recibió un anticipo de lo que estaba por sucederle. Pero lo que no entiendo es porque siempre se pone como prueba ineludible de su asesinato en alta mar el hecho de que el capitán del barco decidiera darle cristiana sepultura en el mar, como era el procedimiento lógico. Es decir, no había cámaras frigoríficas donde guardar el fiambre y hacerle posteriormente una autopsia. ¿Cómo podían resguardar y evitar la putrefacción del difunto?
Si nos referimos a Rivadavia las cuestiones que ha venido resaltando la historia oficial y la revisionista siempre son las mismas: La construcción de ochavas en las esquinas de Buenos Aires y el empréstito con Gran Bretaña. Es decir, una cuestión urbanística bastante necesaria en ese entonces y pedir plata (al igual que el resto de los países que estaban iniciando su proyecto independiente) para arrancar con la construcción del Estado. Puede ser criticable este último punto, sobre todo por los neo cultores del “vivir con lo nuestro” que tan bien representa el kirchenrismo en los últimos tiempos. Nunca ponemos sobre la mesa que Rivadavia creó la Universidad de Buenos Aires o, algo que definitivamente hubiese cambiado la geografía y la política de este país, proyectó dividir la provincia de Buenos Aires.
Cuando nos fijamos en las guerras civiles buscamos todo tipo de explicaciones. Nos gusta el federalismo de Facundo Quiroga y el de Chacho Peñaloza. Si hurgáramos un poquito tal vez descubriríamos que ambos eran unitarios. Especialmente el segundo, que toda su vida portó orgullosamente una de las símbolos representativos de ese partido al afeitar su barba en U (invertida). Y que, si bien muere a consecuencia de su enfrentamiento con Sarmiento, siempre compartió con este el mismo bando, enfrentados a Rosas primero y al centralismo de Buenos Aires después. Cabe destacar que Sarmiento recibe a Chacho como exiliado en Chile cuando este está escapando del rosismo.
Si seguimos en esa etapa, unos años antes, los ingleses se enfrentaron con la provincia de Buenos Aires en la Batalla de Obligado. Hasta fijamos como un día feriado ahora ese mojón en nuestra historia. Sería interesante ver que piensan en el interior sobre esa batalla, toda vez que los principales perjudicados por la defensa de Buenos Aires eran los gobiernos de esas provincias. Y un detalle. La batalla se perdió, los barcos pasaron y comerciaron.
Más adelante, ya en el siglo XX, se presenta como un nuevo Estatuto del Coloniaje al pacto Roca-Runcimann. Básicamente el pacto o acuerdo firmado por el vice argentino con los ingleses para garantizar seguir vendiendo carne a los británicos, que pensaban comprar solo a sus ex colonias. Nuestra matriz nacionalista hace que una decisión comercial que cualquiera de nosotros tomaríamos para garantizarnos en nuestros negocios sea presentada como la peor de las entregas. No discuto aquí los posteriores acontecimientos del Senado, sino la practicidad de dicho acuerdo. Pregunto: ¿Qué haríamos si nuestro negocio depende en un 70% de un cliente y este decide comprarle a nuestro competidor? Iríamos a buscarlo y proponerle mejores condiciones para que siga siendo nuestro cliente.
Puedo seguir con otros ejemplos de estas características. Pero siempre el problema es el mismo. Ponemos en tela de juicio decisiones prácticas tomadas en diferentes momentos históricos. Incluso la visión de la historia oficial no difiere en mucho de la revisionista (todas las críticas que hace el revisionismo las escuche de mis maestras durante la dictadura, las que usaban el Manual del Alumno Kapeluz).
Pero, para que no me acusen de gorila, voy a terminar con una del peronismo. Se critica al General por hacerse cargo de chatarra al nacionalizar los ferrocarriles. Pero no se profundiza un poquito en alguna cuestión coyuntural. Los británicos nos debían a nosotros (raro ¿no?) y salían, con bastantes problemas económicos, de la guerra. Perón comprendió que la única manera de cobrar era en especias y se quedó con los trenes. Pragmatismo puro. Nada de soberanía ferroviaria.

martes, 26 de agosto de 2014

"Santiago Querido"



Corría el año 2002 y las cosas estaban dadas vuelta. Desde hacía unos meses me dedicaba a esperar que surgiera alguna oferta de trabajo. Pero, como todos recordamos, la cosa estaba difícil.
El partido, desmovilizado y patas para arriba. Pero la JR, con nueva conducción, decide llevar adelante cursos de formación política en el interior. Por interpósita persona, presentamos un proyecto y a esperar. Claro, la cosa era ad honorem para algunos. En este caso, yo.
El destino asignado presentaba un desafío. Santiago del Estero. Ciudad que no conocía y a la que por mi falta de interés en volar, llegaría por micro. Al llegar a la terminal, obviamente un compañero, como corresponde en este tipo de casos, estaba esperando allí. Llegué por la mañana y entendía que el curso de “Historia Argentina” que daría comenzaba después del mediodía. Iluso de mí, no tuve en cuenta la sagrada siesta santiagueña. La cosa se empezaba a postergar y me olía raro. Mi cabeza trataba de comprimir aún más lo que tenía preparado.
Aproveche y dormí yo también la siesta en el hotelucho frente  a la terminal que me habían asignado los compañeros de la JR Nacional. La cosa se dilataba porque tenían que llegar aún el Presidente y la Secretaria General que, obviamente paraban en un hotel más copado del centro. No me importó mucho.
La cosa empezaba a moverse, me avisan que a las siete, aproximadamente, comenzaba la conferencia de prensa. No entendí muy bien, creí que era La Conferencia. No, me aclararon, como venía “un profesor de Buenos Aires (es decir, yo), convocaron a una conferencia de prensa”, de la cual sería protagonista. Al día siguiente los diarios locales se hacían eco, con foto y todo, de la llegada de este profesor. Pero el curso no comenzaba. Comenzaría recién despúes del mediodía del sábado y no duró más de tres horas. Casi que un resumen Leruh de historia argentina. Como nota de color, queda como anécdota.
Pero esta historia es la escuza para contar lo que realmente me quedó de ese viaje. El gobernador de entonces, y casi de siempre hasta ese momento, había convocado elecciones anticipadas para revalidar su título de dueño de la provincia y de todo lo que se movía en ella. El intendente capitalino era de la oposición, es decir radical, y convivían en un esquema basado en quien era el que más puestos laborales públicos repartía.
La preocupación principal de los muchachos de la JR era, lógicamene, el adelanto electoral. Incluso uno de los chicos que me había acompañado desde el primer momento, estaba viendo como iba a pedir licencia en el trabajo (obviamente estatal), para participar de la campaña. Su preocupación derivaba del hecho que meses atrás había tenido que pedir una licencia de varias semanas para la campaña del 2001, en la que literalmente les habían hecho precio.
La segunda preocupación era que con dos campañas tan cerca no podían juntar plata para comprar “los chorizos”. Pregunté, curioso, para que “chorizos”. Para dar de comer a la gente el día de las elecciones. Insistí con mis preguntas (había resultado curioso el “profe de Buenos Aires”). Me desasnaron: “Los peronistas juntan a la gente en las unidades básicas y les dan de comer, después los llevan a votar y así sacan el 80% de los votos”. Una combinación perfecta de choripán y empleo público que reemplazaba las zapatillas que el año anterior había repartido peluca Ruckauf en Buenos Aires con su firma. Clientelismo básico que no debía sorprenderme.
Lo que me sorprendió, y se los comenté, es por qué no hacían algo distinto. Por ejemplo, ese esfuerzo que ponían en comprar los chorizos, desviarlo para fiscalizar con más fuerza, incluso trayendo militantes de otras provincias. La respuesta no me dio margen para seguir proponiendo: “Porque hay que hacerlo”, aunque ellos siguiesen sacando el 80% y el radicalismo algo más del 15%. Así, más o menos fueron los resultados que consagraron a la mujer del gobernador como gobernadora ese año. Juárez al poco tiempo sería el primer caudillo peronista en apoyar la candidatura de Kirchner.
Pero en el camino pasó lo imprevisto. Un crimen que involucraba a los hijos del poder provincial, como en Catamarca, intervención y nuevas elecciones. La taba se dio vuelta y quien era intendente de la capital se convirtió en Gobernador.
Uno pensaría que las cosas cambiaron. Pero no. El reparto de choripanes siguió igual, solo que cambió el parrillero. La proporción es la misma que antes. Pero al revés. Hasta la esposa del gobernador es gobernadora. Evidentemente la respuesta que me dieron en su momento, “porque hay que hacerlo” era correcta. Resignadamente correcta.

sábado, 23 de agosto de 2014

Sobre "Estrategias de la palabra"



Pocas veces estuve más orgulloso de un libro que me haya tocado en suerte editar. Esta es una de ellas.
Durante los últimos años del Proceso esperábamos ansiosos cada quince días cuando salía la revista. Podíamos empezar por las páginas amarillas iniciales (que tan mal imitan hoy la Barcelona o Mu). Pero el plato fuerte eran dos de sus articulistas principales: Enrique Vázquez y Luis Gregorich. Justamente por artículos de ellos dos es que la revista Humor sufrió su único secuestro, en enero del 97. Guardo en algún lugar ese número. El original, no la edición que se publicó posteriormente. El porqué de ese privilegio es sencillo. Mi papá, dueño de una parada de diarios, se enteró por los policías de la 46 (a quienes conocía por regalarle el diario todas las jornadas) que la edición sería secuestrada. Era un método habitual esos últimos meses de la dictadura, cuando empezaban a aparecer algunas revistas que mezclaban la denuncia política con el destape sexual, siempre había algún cana amigo del canillita que le avisaba antes para esconderla y evitar el engorroso problema del secuestro y el posterior reconocimiento en la devolución.
Los textos de Gregorich eran más densos, o así lo sentía yo, un adolescente que se iniciaba en los primeros palotes políticos. Pero su columna estaba siempre presente. No guardo registro de la última vez que escribió en la revista, ni porque deje de leer la Humor. Habrá sido porque se volvió reiterativa o me aburrió. Lo cierto es que tampoco recuerdo cuando dejó de salir. Se que fue casi cuando estaba terminando el menemismo. De un día para otro. Se también que muchos columnistas se volvieron fervorosos kircheneristas. Muchas a cambio de buenos sueldos y otros sencillamente por un tardío diploma que le entregó Cristina. En el periodismo pareciera que venderse es barato.
Hace un par de años, haciendo tiempo para ir a entregar notas de parciales en Drago, me entretuve en un café de la zona con algunos viejos números de la revista Humor. Entre ellos, uno de diciembre del 83. Me llamó la atención una de los historietas, creo que de Grondona White, sus dibujos nos contaban que aburrida sería la vida en democracia. Vistos a la distancia, los titularía “Los sueños incumplidos de la democracia”. Pero eso es para otra columna. La otra era una carta de despedida de Luis Gregorich. En pocas palabras, sencillas, humanas y precisas, contaba el porqué de su partida. Iba a formar parte del nuevo gobierno. Ocuparía el cargo de Director de Eudeba. No podía, entonces, seguir escribiendo en un medio independiente y utilizarlo para defender un gobierno del que formaría parte. En síntesis, toda una lección para el periodismo militante tan de moda en estos años.
El tiempo pasó. Y yo me convertí de canillita y politólogo en editor de libros. Esta semana hice cuentas y creo que llevo editados más de 130 títulos. Perdí la cuenta. Muchos de esos títulos son olvidables y otros directamente los escribí yo. Hace unos meses, otro Luis, mi jefe en Eudeba, me dio uno de esos encargos especiales. Editar una serie de textos de Luis Gregorich, con ilustraciones especiales de Huadi, un dibujante de La Nación. Eran, son, una selección especial de lo mucho que había escrito durante la dictadura. En la Opinión, Clarín, Medios y Comunicación y, claro, Humor.
El trabajo del editor es muy raro, pocas veces un libro se edita igual que otro. Pocas veces a un libro no hay que tocarle una coma. Pocas veces un autor acepta todas las sugerencias. Pocas veces un editor edita sin cometer errores (errores que se verificarán, obviamente, con el libro impreso).
Por teléfono nos contactamos la primera vez y rápidamente nos pusimos de acuerdo en cómo trabajar. Yo haría las sugerencias y el las evaluaría. En general fueron pocas. Aceptadas casi todas. Salvo una. En el primer párrafo. Pero el trabajo más complejo era el de insertar las ilustraciones. No me gustan los libros con ilustraciones o fotos. Nunca nos ponemos de acuerdo con el autor donde deben ir y es engorroso al momento del diseño. No fue el caso. Me pidió que lo veamos en su casa y accedí sin ningún inconveniente, pese a que era en Caballito, uno de los barrios de Buenos Aires que menos me gusta visitar. Me sorprendió la humildad y sencillez de su departamento. Trabajamos unas dos horas y cerramos el libro. Me hizo un comentario que me pareció englobaba claramente lo que significaba este libro: “no se si hay muchos periodistas que escribieron durante la dictadura y no se avergüencen de alguno de sus textos”. Claramente no es el caso de Gregorich. En el 77, cuando la preocupación principal del periodismo era si se llegaba al mundial 78 con los estadios terminados, Luis denunciaba, en Medios y Comunicación la desaparición de sus colegas, los periodistas.
Seguramente muchos de esos colegas no compartirían las ideas de Gregorich hoy en día. Es un agudo y sagaz analista de esta etapa. Es de los más lúcidos. Y no es uno de los optimistas. Basta leer sus actuales columnas de La Nación.
Seguramente hoy, esos colegas que borran de su CV la etapa en la que trabajaron en la corpo, se pregunten que hizo Gregorich en la dictadura. Leer este libro les puede dar una respuesta. Sobre todo ahí, en esas columnas donde pone el cuerpo para denunciar la barbarie. Y donde enseña que la única militancia que debe tener el periodista es a la hora de defender la democracia, no un gobierno.