No soy
alfonsinista, nunca lo fui. Suena raro en alguien que viene militando en el
partido radical desde el año 1987, una semana antes de la derrota de las elecciones
para gobernador de ese año y, que desde hace unos diez viene bregando por la
necesidad de una biografía completa de Alfonsín. Justamente la biografía que
orgullosamente me tocó editar este año y que se encuentra en todas las librerías.
Me
considero, eso si, un reformista liberal. Reformista en los terminos fijados
por la Reforma Universitaria de 1918. Y liberal en torno al liberalismo político
clásico. Creo fundamentalmente en el esfuerzo individual de las personas y en
los logros personales. Hace rato perdí la fe en los logros colectivos, esos que
suelen reivindicar los gobiernos populistas.
Aclarado
esto, los primeros cuatro años del gobierno de Alfonsín fueron probablemente
los que fijaron la senda para el inicio de un sistema democrático
ininterrrumpido en un subcontinente que nunca creyó o le importó la democracia
liberal y republicana. En eso fue un tozudo adelantado. Y solo por eso ya entra
en el panteón de los estadistas. Alguien que creyó en algo distinto y no paró
hasta lograrlo. No necesitó bajar cuadros. El simbolismo pasó por convencer a
la sociedad (reitero, una sociedad que no creyó nunca en la democracia como un
valor o como un medio para logar fines) de que era posible. Simplemente
recitando unas pocas palabras del preámbulo de un libro nunca respetado, la
Constitución Nacional.
Coinciden,
en mi caso, esos cuatro primeros años, con el desarrollo de mi educación
secundaria, es decir, en un momento en que los adolescentes necesitábamos
libertad, nos la dio. Y tal vez por eso los recordemos con tanto cariño.
Dije no soy
alfonsinista. Bueno, en este sentido si creo que lo soy. A la vez creo que los
radicales, un partido que se supone institucional, no logró todavía resolver el
problema de la sucesión. Seguimos discutiendo en torno a Alfonsín. Pero el
problema es que no discutimos el Alfonsín moderno de esos primeros cuatro o
seis años. Discutimos al último, probablemente al más populista de todos, el
que tenía ideas un tanto peronistas.
Creo
entonces que hay dos alfonsines, bien definidos. Uno, socialdemocrata, moderno,
que plantea la necesidad de imponer un consenso republicano. Recrea en un
partido anquilosado formas modernas de participación. Plantea debates
pendientes, como el futuro de la democracia. Impulsa el Plan Huston, que
permite por única vez en la historia el autoabastecimiento energético. Tiene
claro que puede juzgar a algunos militares (“algo van a tener que entregar”
sostiene en su biografía recientemente editada). Que hay que resolver el
problema económico endémico de la inflación argentina. Que había que renegociar
la deuda externa para poder crecer. Que plantea el traslado de la capital lejos
de Buenos Aires (es decir, lejos de la provincia imposible, la suya propia),
para refundar una república (y, por que no pensar que con el secreto objetivo
de reflotar el plan de Rivadavia de dividir esa provincia en tres, una de las
cuales tendría como capital su Chascomus, siempre irredenta, primero contra
Rosas y único bastión donde nunca gobernó el peronismo). De ese Alfonsín soy
alfonsinista.El mismo Alfonsín, años después, cuando le preguntaron cual fue el peor error de su gobierno respondió: "no haberme ido con una carpa e instalarme en Viedma".
Del que vino después, no tanto. El que privilegió la interna partidaria por sobre la construcción de un sistema de sucesión y liderazgo en la UCR, no. Podría haberse dedicado a viajar y dar conferencias en el mundo, como los presidentes norteamericanos. No quiso. Ese fue su error. En el 2000, cuando el blindaje, trabajando para una empresa multinacional, uno de mis jefes (mexicano él) me dijo: “Uds. necesitan que ese hombre se dedique a viajar y dar conferencias” (es decir, se convierta en lobista). No lo hizo. Viajaba, claro, pero para hacer política con unas ideas que el mundo ya empezaba a ver viejas. De ese Alfonsín, no soy alfonsinista.
En el
balance, me quedo con el primero, el que nos dio treinta años de democracia. El
que todavía nos emociona cuando escuchamos cada uno de sus discursos de
campaña. El que juzgó a los militares. El que incorporó jóvenes cuadros y técnicos
al gobierno (tipos formados en la lucha contra dos dictaduras y, no
casualmente, los únicos que se opusieron al golpe a Isabel). El que enfrentó
tres levantamientos militares, 7 paros nacionales (a la dictadura le hicieron 6
y solo el último año) y un copamiento de izquierda a un regimiento (¿por que
será que siempre los que caen primero en esos casos son los colimbas?). El que
pretendió modernizar al menos algunas variables de la anquilosada administración
pública local. El que nos prometió un sueño y cumplió: 100 años de democracia,
ya vamos por 30.
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