En 2011, gracias a la generosidad de Juan Manuel Romero y Rodrigo Andrade, realicé una columna para hablar de libro en un programa que se emitía por las mañanas en la Radio de la Universidad de Buenos Aires.
La primera de las apariciones que hice en mi "retorno" a ese medio (mis primeras y únicas aparciones fueron en una radio por cable en la localidad de San Martín en el año 1986 durante un par de meses los sabados por la mañana) fue sobre una reedición que estaba pensando Umberto Eco sobre su clásico, El Nombre de la Rosa. Si, todos vimos la película, pero casi "nadie leimos" el libro.
Aquí transcribo el borrador de la columna de ese día.
Esta columna está
pensada para descubrir y charlar sobre las novedades editoriales y del mundo
editorial en nuestro idioma.
Todas las semanas
nos encontraremos en “Un día en la UBA” para disfrutar del mundo de los libros.
En algunos
encuentros presentaremos novedades editoriales y en otros, información sobre la industria editorial.
No podíamos empezar
de otro modo que no sea con la noticia editorial de los últimos meses. La
reescritura de un clásico de la literatura moderna: “El Nombre de la rosa”. El thriller
medieval escrito por Umberto Eco, que cuenta la investigación cuasi policial
que hace el franciscano Guillermo de Baskerville en un monasterio de la edad
media, es sin duda uno de los libros más conocidos de la segunda mitad del
siglo XX.
Vale la pena
aclarar, sin temor a equivocarnos, que su popularidad se debe en gran parte a
la película que a finales de la década del 80 fuese protagonizada por Sean
Connery (y que le permitiera al actor despegarse definitivamente de su
personaje de James Bond), dirigido por Jean Jacques Annaud. Era lugar común por
esos años la frase “El libro me gustó mucho más que la película”, en algunos
casos comentario sincero y en otros profundamente snob de personas que jamás se
habían acercado a dicho texto. Y aquí vale aclarar que me caben las generales
de la ley. No leí por entonces el libro y la película me convenció a medias.
Mis caminos de
lectura fueron esquivando a Eco, tanto al novelista como al ensayista. Sin
embargo es necesario reconocer que es uno de los referentes fundamentales del
siglo XX en ambas categorías. Incluso a nivel educativo. Nuestros alumnos de la
UBA, sobre todo aquellos que deben presentar tesis de graduación a nivel de
grado o de postgrado, han tomado como referencia un texto pedagógico fundamental
que es “Como hacer una tesis”.
Lo que nos
interesa destacar hoy es la discusión sobre la potestad del autor a reescribir
su novela. En los últimos días encontré opiniones fundamentalistas sobre la
cuestión. Muchos editores e intelectuales se han opuesto a la movida de Eco,
reduciéndola a una mera estrategia de marketing. La respuesta de Eco no se hizo
esperar: "Si alguien escribe un libro y no se interesa en la
supervivencia de ese libro es un imbécil".
Eco, y
cualquier escritor tienen el derecho de reescribir su obra. Más allá de si su
intencionalidad sea vender más ejemplares (sin duda lo es), el escritor es
dueño de su obra. ¿Acaso en el género ensayo no es habitual encontrarnos con
fajas o avisos en tapa que hablan de edición definitiva? (cuando muchas veces
sabemos que en unos años nos encontraremos con una nueva “edición definitiva”
para el mismo título).
No
pretendemos hacer hincapié hoy en el marketing editorial que sin duda será tema
de una próxima columna. Pero si quiero celebrar esta decisión de parte de Eco,
más allá de si fue a propuesta de su casa editora o de su propia
intencionalidad.
Eco puede
situarse por arriba de estas discusiones. Y ofrecer un nuevo producto a una
nueva generación de lectores (que pueden estar acostumbrados a leer largas
novelas, desde las de Harry Potter hasta las de Ken Follet o de Wilbur Smith),
pero que también prefieren textos más llanos y directos a la hora de
encontrarse con la lectura. Lectores que poco a poco cambiaran el formato de
lectura y pasarán a hacerlo en una pantalla.
Seamos un tanto indulgentes, así como celebramos
la genialidad de Alfred Hitchock para plagiarse a si mismo para entrar al
mercado americano con sus películas, o le permitimos a Riddley Scott estrenar
el corte del director de Blade Runner, que convirtiera una película maravillosa
en un bodrio inentendible, pensemos que alguna vez los editores también pueden
tener una mirada profesional del mercado del libro y detectar el gusto aggiornado
de los nuevos lectores. Para ello, bienvenida entonces la nueva edición de “El
nombre de la Rosa”, y del reconocimiento que hace un autor de su público:
"Si alguien escribe un libro y no se interesa en la supervivencia de ese
libro es un imbécil".
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