sábado, 11 de abril de 2015

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Una mañana de marzo, cuando en marzo empezaba el otoño, me encontré en un patio gigante rodeado de algunos pocos conocidos y de unos cuantos centenares de desconocidos. Me pregunté, literalmente, que carajo hacía ahí. Era un pibe trece recién cumplidos y empezaban los cinco años más raros que una persona vive. Raros, principalmente, porque una vez que pasan, haces un chasquido de dedos y te encontrás con 46 pirulos escribiendo esto.
Borges dice que las personas son del lugar donde hicieron la escuela secundaria. Entonces yo soy de San Martín. Yo, un recalcitrante palermitano que se pone de mal humor cuando tiene que hacer más de diez cuadras desde su casa, dejo todo un sábado si tengo alguna reunión en la escuela… en San Martín (gracias Paula por estar y bancar siempre esto, que se recompensa con un buen Sushi a la noche).
A esas mañanas de marzo siguieron otras. A la primera profe que tuvimos, siguieron otras y otros. A ese primer viaje matutino en el 87 siguieron otros. De a poco las caras desconocidas del bondi se hicieron conocidas. Francisco que subía una parada después. Pablo que penaba con las chicas del Sagrado Corazón que lo relegaban al último lugar en Pedro Morán y Zamudio. Sergio que se colgaba del bondi en Av. San Martín y Mosconi. Un año después, a esa parada se sumaba Erika, y también a veces Débora. Y en cuarto, el inefable Roy, que se cansó del CUBA y se mandó también para el normal. Raro que todos estos personajes capitalinos fueran hasta San Martín para hacer la secundaria en una escuela pública. De elite, pero pública.
A poco de andar nos sorprendió una guerra. No habíamos terminado de jugar al tope y quarter que ya discutíamos todos de política. Algún día nos rateamos y terminamos vagando por Villa Devoto. Otro día te invitan a tu primer cumpleaños de quince. Y después a otro y a otro. Chantajeas con el mozo para que te de Stroberys con “alcohol”. Bailas tus primeros lentos. Y te encontrás con los primeros rechazos (si, por esa época son más dobles faltas que puntos ganadores). Recibís tu primer y única clase de educación sexual por parte de tu profesor de… Matemáticas (“ponele siempre piloto al amigo”, bienvenido porque es la época del SIDA, aunque pasará mucho tiempo para poder hacerle caso).
Te confabulas por primera vez para rajar a un profesor, de música, que viene del Liceo y ahora las cosas cambiaron porque estamos arrancando con la democracia viste… y eso de acá van a reprobar todos porque si y el látigo (literal, seguro que algunos se acuerdan) no va más. Antes, con Laly y un primo, fuiste a tu primer recital… ¡De Piero! en el microestadio de Atlanta.
Otro día te encontrás un sábado mendigando que te dejen entrar a ver El Profesional en el cine de la plaza. O Fuga de Nueva York o Village Peaple (si, no sabíamos y nos copaba ver esa pelí).
Más adelante, festejas la democracia (no sos todavía radical, pero sentís un cosquilleo en la panza por ese partido en el que vas a estar por siempre) y el mundial del 86 (ese en el que te diste el único abrazo de tu vida con tu papá). Te enterás del terremoto de México. O ves estallar en mil pedazos el Challenger y la Central de Chernobyl. Escuchas de un tipo que se llama Gorbachov y sospechas que algo en el mundo va a cambiar. Te indignás con Reagan pero saltas de la butaca con cada golpe que le pega Rocky a Ivan Drago.
Al tiempo que planificas tu primer viaje en carpa competís en Domingos Para la Juventud, y pasás a formar parte de esa elite que, en las reuniones de amigos, tirá “yo gané el viaje de Soldán y nos fuimos de viaje dos veces, el que pagamos y el que nos dieron”, y sabés que los otros te odian un poco por eso. Porque, como la canción de Queen, mordieron el polvo un par de veces en el programa. Te vas a acordar hasta el último día de tu vida como fue el momento en que Verónica sacó la llave del Cofre de la Felicidad.
Pasas los fines de semana largos (básicamente el único fin de semana largo era el de Semana Santa) en lo de Pablo, mirando películas (que otra cosa hacemos los adolescentes losers que no sea mirar películas). Haces los primeros palotes en política como “independiente”…, eufemismo que cubría todo lo que no era PC en la zona norte. No había Franja. Escribís tus primeras páginas en la revista del colegio. Entrevistás a la presidente de la FES “¡Que viajó a Moscú!”, y a Badía y a Ariel Roth. Con Fabián por las calles del centro buscando esas entrevistas te pareces a Mingo y el Preso. Fracasás en tu primer intento de organizar una mega charla (el trauma te dura hasta hoy).
Ves a River salir campeón de todo. Tomás un aula porque no hay calefacción. Te peleas con el centro porque te aburrió. En Bariloche escuchas a Alfonsín que va a trasladar la capital. Haces de tapadera de un amigo que se afilia al PC el día de la marcha de la CONADEP. Y pasaste tu prímer noche fuera de casa en los recitales del 10 de diciembre del 83. Y la salida obligada de los sábados es a los recitales de Barrancas que arma Pacho. Uno de esos sábados, en una esquina de Cabildo, saliendo de la pizzería con el Bardo, ves el mejor gol de River, la chilena de Enzo contra los polacos. Increíble. No entendés nada hasta que el día siguiente en el diario lees que River perdía 4 a 2 y lo da vuelta 5 a 4.
En un partido por el campeonato que organiza el Centro, en el Parque Sarmiento, en el que entraste de suplente de suplente de suplente, hacés el único gol de tu vida. Ese año, además, todos los días, durante un mes, cubrís a los viejos de Pablo que está internado en un sanatorio de Belgrano. Safa.
Y así, como si nada, pasó la adolescencia. No volvés a ver a muchos de tus amigos. No existe Face ni Twitter ni Hotmail. Bill todavía no cambió nuestras vidas por acá. Un 15 de diciembre estás de nuevo en ese patio. Te dan una medalla y un clavel. El título lo entrega un ex alumno, Alfredo Bravo (que tul…). Te sacás unas fotos con tu profe preferido. Volvés temprano a tu casa porque a la madrugada del día siguiente River juega la intercontinental en Japón. Te vas de viaje con Guillermo a Mar de Ajó. Seguro que te cruzas con Pablo. Tal vez con Laura, Meche y Silvina, como el año pasado cuando en una pizzería de San Bernardo las chicas se equivocaron de baño y nadie se dio cuenta. Solo te vez, de vez en cuando con Sergio y el Bardo. Y con Silvia y con Débora.
Años después, 2009. La Farola de Belgrano. Uno de los de siempre, de esos que volviste a ver gracias a Bill y Mark, comenta “saben que, es como cuando volvíamos al colegio después del verano y nos contábamos que habíamos hecho”, entonces no paso tanto tiempo.

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