domingo, 22 de marzo de 2015

Siempre quedará Moscú…



Me encanta The Americans. En un solo fotograma nos puede trasladar a los años ochenta, cuando la Ferifiesta nos hacía creer que los No Alineados eran todos países pobres y dignos que luchaban contra el Imperio malo, malo, malo.
Veíamos The Americans con mi señora y una frase me causo mucha gracia “Te encantará Moscú, es más cosmopolita que Washington”. Me hizo acordar al Festival Internacional de la Juventud… en Moscú. Allí fue una alegre delegación de jóvenes argentinos, más de cien (las delegaciones argentinas suelen ser numerosas, sin ir más lejos, en el Congreso de IPSA de Berlín 1994 la delegación argenta superaba incluso a la alemana, ni que hablar de la de la IUSY en 2000). Incluso algún radical se coló en esa delegación, plagada de “independientes”. No sé si encontraron una ciudad cosmopolita. Si recuerdo que una compañera del PC de mi colegio me confesó que las chicas rusas se morían por la ropa femenina y por los palos de hockey.
Unos años antes, la familia comunista de mi barrio (ya hablé en su momento en otro post de esta alegre familia Telerín), me había llevado a ver al CENARD un film de las Olimpiadas de Moscú. Las que el mundo ¿libre? (si, libre, digámoslo sin vergüenza) había boicoteado. Incluso Argentina, mientras le seguía vendiendo trigo (negocios son negocios, sobre todo entre dictaduras). Me aburrió el film. No entendía muy bien todavía la guerra fría. Para mi James Bond siempre estuvo entre los chicos buenos.
Vuelvo en el tiempo. Paula me pregunta que habrá sido de todos esos espías cuando se acabó la guerra fría. No se la respuesta. Calculo que como muchos ñoquis del PC argento tuvieron que salir a reciclarse. Algunos, los más honestos, habrán buscado trabajo. Otros, tal vez, se pusieron a estudiar en #Fsoc y hoy deben ser prestigiosos profesores o directores de fundaciones, bancadas por privados del imperio.
Total, siempre quedará Moscú.

martes, 17 de marzo de 2015

Un voto de izquierda, un voto de derecha... son dos votos



Alfonsín apeló al electorado extrapartidario para que se afilie y ganar la interna partidaria en 1982-83. En la elección general, un amplio conglomerado de votos de centro, centroderecha, centroizquierda y peronista, sobre todo de clase media, le dio el triunfo electoral.
Cuando llegó al gobierno las mieles socialdemócratas se imponían desde hacía unos años en Europa. Alfonsín, que no era un hombre muy viajado ya que recién en la década del setenta había salido por primera vez del país, si había estado de gira previamente a ser presidente. Al menos mucho más que Néstor y Cristina Kirchner cuando llegaron en la década del 2000 al poder (en eso hay que darles la derecha, no supieron aprovechar la convertibilidad para conocer la Torre Eiffel).
A partir de la primera elección de medio término en 1985, mantuvo cierta base electoral que le permitió ratificar su liderazgo, aunque perdiendo unos diez puntos porcentuales en el camino.
Para 1987 la economía ya había hecho su faena, y en una reñida elección, perdió la mayor parte de las gobernaciones (excepto Córdoba, Río Negro, Capital y Tucumán, en esta última el colegio electoral le birlaría el triunfo).
En 1989 intentó recrear la alianza electoral, basándose en una fórmula claramente de centro derecha, vetando la fórmula Caputo-Barrios Arrechea que los jóvenes (no tan jóvenes) de la Coordinadora quisieron promover.
En 1991, Menem ganó sin sobresaltos la elección de primer medio término (el mandato presidencial duraba entonces seis años), lo mismo sucedió en 1993. Esos triunfos sucesivos le dejaban el camino allanado para imponer una reforma constitucional al uso peronista.
Contra el sentir de la base electoral que aun le quedaba al líder radical, contra la militancia partidaria, sobre todo la juvenil y la rama estudiantil (que enfrentaba exitosamente al peronismo en el único segmento donde no pudo hacer pie, la Universidad) y de la dirigencia partidaria, Alfonsín forzó un acuerdo partidario con el Demonio.
De esa manera perdió el poco capital simbólico que le quedaba. Al menos de cara a la sociedad. La elección de convencionales constituyentes y la presidencial de 1995 fueron un paseo para el peronismo unificado (en la convención convivieron mansamente Néstor y Cristina con Eduardo Menem y tantos otros personeros menemistas). Así y todo, Alfonsín comanejó la Convención Constituyente en tándem con Eduardo Menem, Corach y Bauzá, como bien lo cuenta su biógrafo Oscar Muiño.
En 1997, una Alianza contra natura y contra el tiempo, impuso la unión del radicalismo con ese engendro político intelectual que fue el Frepaso. Alfonsín, de nuevo contra lo que pensaba y quería mucha de la militancia partidaria, forzó esa Alianza.
La historia hizo que De la Rua llegue a presidente. Y así como llegó, se fue. El 2001 y el 2003 encontró al radicalismo perdidoso. La historia de 2003 pude ser diferente, pero una vez más la ya débil muñeca del líder partidario fomentó una fórmula espantosa que ni él debe haber votado. Lo sucedido en las elecciones internas de 2002 no tiene nada que envidiarle al peronismo de los tempranos ochenta.
En 2007 poco podía ya hacer para que medio partido, básicamente aquellos gobernadores e intendentes con poder, se dejen seducir por la posibilidad de acceder a cargos nacionales. Allá fueron Cobos, Eseverry, Posse y tantos otros. Así volvieron la mayoría de ellos. El kirchnerismo no comparte el poder. Es exclusivo. La frase que acuñara el Perro Verbitsky para referirse al menemismo, “Robo para la Corona”, se parafrasea en este caso como “Roba solo la Corona”.
El radicalismo siguió perdiendo electorado, por derecha e izquierda, pese a que algunos quisieron ver en las tristes performances de la fórmula Lavagna-Morales en 2007, o Alfonsín (h)-González Fraga en 2011, cierta recuperación de la base electoral.
Panebianco divide el esquema de votantes de un partido político como si fuesen círculos concéntricos. Son cuatro: en los círculos exteriores están los votantes (aquellos que siempre votan al partido), después vienen los afiliados (entre los que podemos ubicar la categoría que nosotros llamamos periferia), más cerca del centro se ubican los militantes (aquellos que sostienen la vida partidaria todos los días) y en el centro están los dirigentes. Estos manejan la información y los recursos del partido. Y entre estos recursos están los incentivos que pueden repartir. Incentivos selectivos (los reciben en general los militantes y los afiliados, este el partido en el gobierno o no), e incentivos colectivos (las políticas públicas que beneficiaran sobre todo a la base electoral).
El radicalismo en el gobierno (1983-1989 y 1999-2001) fue bastante mezquino a la hora de distribuir incentivos colectivos entre su base electoral. Más bien hicieron todo lo contrario, perjudicando la base electoral de clase media (Ahorro forzoso, retenciones en 1988, tablita de Macchinea en 1999 y corralito en 2001). Pocos partidos son tan crueles con su base electoral.
La dirigencia radical actual hizo una jugada coherente con la del primer Alfonsín. Ese que en 1982 se desentendió del militante y votante radical clásico y se decidió a conquistar una base electoral.
Perdida la base electoral, pero identificada geográficamente, va en su búsqueda. En el camino queda la militancia. Comparativamente con el Alfonsín de 1994, fueron moderados. En esa oportunidad el Viejo dejó en el camino a la militancia y a la base electoral.
La jugada es riesgosa. Puede salir mal. Pero si sale bien el radicalismo habrá recuperado parte de la base electoral, y tendrá recursos para generar incentivo selectivos que hagan volver a la militancia. Es dable advertir, igual, que las cosas saldrán bien si el radicalismo (o la alianza que integre) gobierne repartiendo incentivos colectivos para contener su tradicional base electoral.