Dos fueron las veces que lo vi personalmente.
La primera, en el Consejo Superior de la UBA, en el año
1995, cuando en el Senado se discutía la Ley de Educación Superior y la UBA
encabezaba la oposición a dicha ley. Cafiero quiso conocer de cerca la postura
de la casa de estudios donde había estudiado y, como encantador de serpientes
que era, comenzó recordando su rol como consejero, eso sí, aclarando que por el
humanismo (aunque en su época de consejero no sé si afirmar que esa corriente
existiese como tal). Votó, disciplinadamente, como el resto del bloque del PJ.
La segunda fue quince años después.
Había leído en el suplemento de los domingos de Perfil sobre
el festejo de su cumpleaños de ese año y que ahora estaba trabajando en sus “Memorias”.
Yo empezaba con esto del scauting editorial de manera sistemática y con el
objetivo de que se conviertiese en mi principal ingreso económico y vi la
posibilidad de vender el proyecto a alguna de las grandes editoriales.
Pero primero tenía que saber como llegar al ex Senador y al
único que se me ocurrió consultar fue a Jesús Rodríguez: “Mirá, tengo este
teléfono de hace mucho, no sé si será actual…”, me dijo. Lo cierto es que el
teléfono que me dio era el de la casa de toda la vida de Cafiero, ahí en las
Lomas de San Isidro.
Llamé un par de veces y a la tercera me atendió alguien que
se presentó como su asistente (pero sospecho era uno de sus innumerables
nietos). Me pasó con Cafiero (raro eso de los políticos que atienden el
teléfono directamente) y me dijo que lo llame en un par de días, que iba a
pensar un poco.
Volví a llamar y acordamos que lo visitaría en su casa, en
las Lomas de San Isidro. Medio complicad para llegar, sobre todo yo que no me
movía en auto. Además, justo la altura de la dirección que me dio se corta y
sigue del otro lado. Un vecino que me vio medio perdido, me dijo: “Vas a lo de
Cafiero? Es al otro lado…”. Llegué puntual, como a todas las reuniones. Dudé al
tocar el timbre. Pensaba que no iba a estar. Que no se acordaría. Pero me
atendió junto a una de sus hijas y a Carlos Campolongo. Para arrancar observé
el escritorio donde me atendió y le comenté de un par de libros que él tenía y
yo había editado. No entendió muy bien de que le hablaba. Creo que no entendía
muy bien mi rol. Además, año 2010, estaba bastante sordo. La hija le repetía
todo lo que yo hablaba. Pero empezó a contarme de sus memorias. Incluso empezó
a leerlas. Leyó dos capítulos. Largos. Desde que tenía catorce años, me contó,
escribía un diario con todo lo que iba viviendo. Desde como se conocieron sus
padres (creo que eran primos aunque no lo sabían) hasta como se había hecho
hincha de Boca en una familia de River (la venganza vino en los hijos, que son
de River). Cuando escuche lo del diario. O mejor dicho los innumerables
cuadernos escritos que guardaba en una habitación de su casa, se me hizo agua
la boca.
La reunión se alargaba. Sobre todo porque por momentos el
diálogo era medio raro. Le dije que para arrancar estaba bien lo que había
leído. Sobre todo porque era una buena semblanza de la vida en la ciudad en la
década del veinte del siglo pasado. Pero que más allá de lo que quisiera
contar, había dos cosas que no podían faltar. La primera el asunto del piano en
Mendoza. La segunda, las charlas secretas con Alfonsín cuando quisieron
reformar la Constitución en el 88. Sobre todo porque era el único que podía
dejar algún testimonio de esos acuerdos.
En un momento me dice, “Quédese a almorzar Lo Presti”. Yo
tenía otra reunión que suspendí de inmediato. Comimos algo frugal, milanesas
con puré de calabaza y queso. Era un almuerzo raro. Cada uno hablaba de cosas
distintas. Yo pregunté por la campaña de Luder, del 83. Tampoco había mucho
escrito. Nada en realidad. Y le tiró el fardo a Campolongo “Ese capítulo vas a
tener que hacerlo vós”.
Empecé a buscar editorial. La primera fue Planeta, donde
había trabajado hasta hacía tres años. La respuesta fue lapidaria: “Consulté
con NN y YY y me dijeron que Cafiero no tiene nada nuevo que decir”. Empezábamos
mal. Me acordé de una ex Planeta que estaba en ediciones B, que además había
publicado la pésima biografía de Alfonsín que había hasta ese momento. Les gustó
la idea e incluso adelantaron cuanto me pagarían. Hablé con la hija de Cafiero
y acordamos seguir la gestión, pero en realidad el viejo quería publicar con
una más grande. Planeta o RHM. Pero en el medio pasó algo. De ediciones B me
avisan en un mail: “Vamos a seguir nosotros con la negociación, se va a
encargar Pajarito que dirige la colección y es amigo de Cafiero, te desligamos
del tema”. Feo lo de esta chica. Me dejaban de lado. Putee un poco. Bastante.
Le escribí planteándole la falta de ética. No le importó mucho y yo no tenía
preacuerdo firmado con Cafiero (que tampoco hubiese entendido lo que le
planteaba).
Al poco tiempo el libro apareció publicado… Por Planeta. Si los
que decían que no tenía mucho que aportar. Como tenía confianza con la gente de
la editorial les plenteé que era la segunda vez que proponía un libro y terminaban
haciéndolo ellos dejándome de lado. La respuesta fue “Vos sabés como es esto,
llegan proyectos por un lado, los desechamos y después vuelven por el otro, no
tenemos idea de lo que decís”. Claro que no me quedé callado y les mostré el
mail donde rechazaban ambos proyectos. Se terminó, para siempre, mi relación
con Planeta.
En el libro, Cafiero contó lo del piano. No lo de la
reforma. También contó cómo lo cagaron en el 83. Pero no como lo cagaron los
sindicatos en el 88. Nunca hay que romper lazos definitivos con el amplio
movimiento sindical. Consejo para Cristina. Antes de irme del almuerzo, contra
todo pronóstico (todavía no había muerto Kirchner y Cobos era número puesto por la UCR)
anticipó: "la competencia va a ser entre Cristina y Ricardito".
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