Puede que haya sido en 1985 o 1986. Ya no recuerdo muy bien
la fecha. Pero muchos años después es necesario asumir la derrota de una vez, y
crecer. Dejar atrás los fantasmas del fracaso. El primer, y tal vez único
fracaso a la hora de organizar una actividad.
Todos tenemos en nuestras familias algún primo con
contactos. Alguien conectado con esos a los que, si no somos nosotros mismos
famosos, no podemos llegar. En mi caso, es el primo Alberto. Hoy, esta rama de
la familia está medio alejada de él. No conozco los detalles pero sé que somos
nosotros los que salimos perdiendo. Pero por esos años no. El primo Alberto era
el talentoso. Tocaba la batería en un grupo que tuvo su cuarto de hora en los
setenta. Katunga. Un precursor de lo que hoy llamaríamos la movida tropical.
Fue un grupo muy grosso. Los más grandes saben de qué hablo. A tal punto que
hizo una larga gira por España. Incluso fue grupo soporte del mismísimo Serrat
en Un bar de mala muerte Barcelonés. Mi primo siempre fue un busca. Pero de
esos buscas a los que les va bien. Para mi viejo, lo que Alberto tocaba lo
convertía en oro. Así, por esos lejanos ochenta compró (con mi tío) un caballo,
el Cenit. Ganó un par de carreras y terminó corriendo cuadreras en Carmen de
Areco (con otro nombre, obvio). Pero las pocas que ganó en Palermo solventaron
los gastos de mis dos viajes de egresado (pero esa es otra historia).
Lo cierto que cuando volvió de España, Alberto se convirtió
en un hombre de contactos. Gerente de música del sello discográfico que lanzó
ATC (de nuevo, los más grandes saben de qué hablo), introdujo grandes figuras
musicales en nuestro ambiente: Camilo Sesto, Ángela Carrasco, José Vélez (este último
casi provoca un divorcio en la familia una noche de navidad, pero eso también
es otra historia).
Hasta aquí todo iba bien. Alberto con contactos en la
industria discográfica y con una discoteca personal súper surtida. Más de una
tarde la pasábamos en su casa grabando casettes y admirando su foto
autografiada por Serrat.
Pero los iniciales ochenta se convirtieron en la primavera
democrática. Y con ellos llegó el rock nacional y los centros de estudiantes. Y
con los centros de estudiantes, las revistas que, creíamos, iban a hacerle
sombra a la HUMOr, que todos terminábamos copiando.
Y algunos empezamos a escribir en esas revistas. No podía
faltar el típico poema construido a partir del título de las canciones pioneras
del rock, o la edulcorada biografía del Che, o la típica historieta contra el
aborto (si, la mayoría de los adolescentes de entonces, sobre todo en un
colegio donde había muchos compañeros de Acción Católica, grandes amigos por
cierto, estábamos en contra del aborto), todo ello mezclado con algún artículo
que filtraba algún cuadro de la Fede. La biblia y el calefón. Nuestro ADS, pero
no clandestino (esto solo lo van a entender los egresados del Nacional).
Y Alberto abría puertas. Primero para conseguir entradas
para la última hora de Badía y Cia. Después para conseguir un reportaje con el
mismísimo Badía! Allí fuimos, con mi amigo Fabián (parte fundamental de esos
años adolescentes). Como a un cuasi desconocido Ariel Roth (el hermano de…, que
todavía no tenía ese mote), a quien reporteamos en una habitación del Hotel
Presidente en un estado no muy estable (Creo que mi vieja algo le reprochó
después al primo Alberto).
Pero la frutilla del postre, la consagración para esos
reporteros adolescentes, era lograr una entrevista en la misma escuela.
Seríamos, después de eso, famosos. Los chicos que trajeron a quien arrancaba en
esos años. No nos parecía inalcanzable. Íbamos a llevar a Fito Páez al glorioso
Estados Unidos de San Martin, al Normal.
Obivio que hice el contacto a través del primo Alberto. Una
llamada al representante, coordinamos día y hora. Y listo. Que podía fallar.
Nada. Che, como lo llevamos a Fito? Mirá que no tiene coche, no maneja. “No
importa”, nos agrandamos. Lo pasamos a buscar y vamos en un taxi. De Belgrano a
San Martín. “Pasame la dirección”. Yo sabía que vivía en un chalet en Belgrano,
sobre la calle Pampa. Y allí fui, con un par de compañeras del centro (no puedo
recordar quienes eran, pero sería bueno que aparezcan y atestigüen en mi favor).
Fito no estaba, ya llegaría. “Pasen” me dice la señora que limpiaba.
En paralelo, Fabián y Juan armaban el escenario en la
escuela. Sería un reportaje con todo. Incluso alguien acercó un teclado. De
queruza. Cuando lo viese, como se iba a negar a tocar. El sonido a cargo de los
dos capos que pasaban música en la radio de San Martín.
Pero en la casa de Fito, Fito no llegaba. Los minutos
pasaban y la señora planchaba. Entiendan algo, queridos jóvenes amigos, no
había celulares. Pero tampoco había muchas líneas telefónicas. El contacto
había sido una simple llamada dos semanas antes, y la confirmación, un sencillo
“ok, dale, yo te garantizo que Fito va”.
Por otra parte, cuanto esperar…., la hora se acercaba y si
no llevábamos a Fito no podíamos usar la plata que el centro nos había dado
para el taxi. En algún momento primó la realidad, y la frustración. Fito no aparecería.
En su favor, probablemente el representante jamás le avisó. La señora nos dejó
pasar a la casa porque en esa época era normal que te dejen pasar “hola, vengo
a ver a Fito para llevarlo a un reportaje”, “Dale, pasá, espéralo”. Porque iban
a dudar. Por otra parte era la verdad.
Fue el viaje más largo en tren, de nuevo hasta San Martín.
Bajar en la estación y caminar las diez cuadras hasta el colegio. Cuando
llegamos al Colegio, en el anfiteatro (ese que hoy está inundado), unos ciento
cincuenta adolescentes ya sentían que no iba a pasar nada. No sé como pasé al
frente. Encaré y habré dicho “chicos, Fito no apareció”… “uhhhh”, fue la única
forma de rechazo. Nadie tiró sillas ni quiso pegarnos. Qué se yo, creyeron en
mi inocencia. Que en definitiva era la verdad. En esa época, si coordinabas
algo con alguien para dentro de un par de semanas no lo confirmabas por mail,
ni por mensaje de texto, ni por wash up. Es sencillo. No existía nada de ello.
Fabián y Juan siguieron en el mundo de la música. A Fabián lo veo seguido, es
de mis mejores amigos. Nunca le pregunté (ya que trabajó mucho con Fito, entre
otros tantos) si alguna vez le contó esta historia. A Juan lo vi hace dos años,
de casualidad, cuando llevó al Bahiano a un evento que hicimos en FSOC. Nunca
me voy a olvidar la tranquilidad con la que ese día levantó los equipos.
Mientras los pibes pasaban del tranquilo “uhhh” a unas puteadas más fuertes que
no pasaron a mayores.
El primo Alberto, cuando se enteró, de buena fe me dijo: “Dejá,
yo lo arreglo. Voy a hacer que manden una carta de disculpas…”, que nunca
llegó.
Y yo me convertí en “el pibe que no trajo a Fito”.
Nunca lo supe. Hasta que este sábado, en el tradicional acto de las bodas de
Plata y Oro del Colegio, le pregunté a una amiga por qué me saludan tantos, que
yo no me creía tan popular… y me recordó “sos el pibe que no trajo a Fito, se
acuerdan por eso”.