sábado, 27 de diciembre de 2014
Mundo Loco IV. De paseo por el Calafate (o la ciudad menos amigable del mundo).
El verano de 2001 me encontró viajando por la Patagonia, por la Ruta 40. Entonces un peligroso camino de ripio. En combis que no superaban los 10km por hora, para no volcar y generar algun problema (no vaya a ser que algún turista se esginzara y no se consiguiera un tomógrafo a mano). Las personas normales, si quieren conocer el Glaciar Perito Moreno, toman un avión y ya. Pero como saben los que me conocen, no soy una persona normal. Estando en Bariloche conocí algo llamado el Expreso Patagónico. Una cadena de combis que iban uniendo las largas distancias que atraviesan la Patagonia. Así, saliendo de Bariloche, y después de casi un día de viaje, caímos en Los Antiguos. Con tanta mala (o buena) suerte que era el día de la Fiesta de al Fruta Fina. Es decir, todo el mundo estaba en ese pueblo y obvio, no había hoteles disponibles. Terminé durmiendo en la pieza de la terminal (bue, terminal) con los choferes de la combi. Al dá siguiente partimos al siguiente destino. Una estancia en medio de Santa Cruz. Literalmente en medio. Los chicos que estaban a cargo, a la hora de la cena, iban, elegían un cordero, lo achuraban y lo ponían a la cruz. Así, como los restaurantes que se ven en las películas donde te hacen elegir la langosta que te van a servir, pero con corderos. Después de otro día de viaje, y de conocer la Cueva de las Manos Pintadas, llegamos al Chalten. Allí donde los Kirchner iniciaron el quilombo de los hielos continentales y se hicieron conocidos. Ya me empezaban a caer mal. No entendía porque, si en 1984 habíamos resuelto todos los problemas de límites con Chile, estos pibes encontraban un conflicto para reflotar (ojo, Menem les dio una mano con su desprolijidad). Me aburrí en el Chalten. Año 2001. Hotelerpia carísima y no existía internet. El único diario que conseguí era de una semana atrás. Claro, todavía no había un avión presidencial que lo llevara todos los días hasta el Calafate. Lugar al que llegué depués de otras cuatro horas de viaje. Desde el vamos la ciudad me trató mal. Entiéndase que yo soy malhumorado. Pero la ciudad tenía algo que no me cerraba. Recalé en un hotel de un par de estrellas que permitía a sus pasajeros prepararse comida. Había un par de familias que eran muy gritonas, con hijos incluídos. Pero lo dejé pasar. Cené por ahí (mal, el cordero no estaba bueno y yo venía de probar uno recién pasado a mejor vida, casi berreando) y volví al hotel. Los gritos de estas familias duraron toda la noche. Ya empezaba a molestarme. Al día siguiente era la excursión al Glaciar. Un par de horitas más de viaje. La excursión era super completa y super cara. De esas que te llevan en barco, a caminar por el glaciar y te dan de cierre un baso de whisky nac and pop (Criadores en el mejor de los casos). No me gustó mucho el Glaciar, sobrevalorado, vi cosas mucho más lindas en otros lugares del sur. Sin ir más lejos, disfrutaba mucho más el hecho de salir caminando desde el Centro Cívico de Bariloche y llegar a la cima del Cerro Otto (claro, cuando era joven y podía hacerlo) o el camino de los siete lagos en San Martín de los Andes. Pero el Glaciar no. Me llamó la atención que en ese, que pronto sería su lugar en el mundo, todos puteaban al gobernador. Pero lo mejor vino cuando nos enseñaron a caminar por el glaciar. Es díficil, hay que hacerlo medio encorbado, poniéndonos unas botas especiales con ganchos y clavos. No es para cualquiera. El peligro menor, esguinzarse. El mayor, quebrarse. Por suerte no me pasó, como dije antes, el Tango 01 no estaba aún disponible. Al volver al hotel las familias que paraban en el lugar seguían a los gritos. El maltrato de la dueña se hacía sentir además sobre los huéspedes, los gritones y los otros. Me quejé. Me dijó "No sabe como son los judíos..." (las familias eran de Israel y en esa época cuando terminaban el servicio militar, viajaban a la Patagonia a hacer una gira). El antisemitismo de la señora del hotel me colmó. Si era cierto que estas familias gritaban mal. Fuerte. Se peleaban. Los bebes lloraban y los padres dejaban los pañales tirados por cualquier lado. Pero la dueña del hotel podía poner un límite, pero prefería tratar mal a todos. Me dijo "Si no le gusta, no pague y listo". No pagué. Me fui a la terminal y tomé un micro. Volví a Bariloche. En el medio, entre Rawson y Esquel, suben a ese micro (de los comunes, que ya eran viejos en los ochenta) tres personas, en fila. Era verano y no hacía mucho frío. El del medio tenía una gruesa campera puesta en los hombros ylas manos atrás. Cuando pasó por al lado mío, lo ví esposado. Los otros eran canas. Y este un preso que trasladaban. Usaban el micro como camión celular, para llevarlo a declarar a los juzgados de Esquel. Por un momento me vi en una película del viejo oeste, pero en el Sur (como si fuera La Película del Rey), con la reencarnación de Buch Cassidy (uno que dicen que anduvo por ahí, escondiéndose de los sheriff después de la Guerra del Ganado), o alguno de sus nietos, yendo a rescatar a uno de sus socios. Creo que me dormí. Amanecí en Bariloche.
sábado, 13 de diciembre de 2014
Discutir los ochenta
En febrero voy a dictar este curso extracurricular. Les dejo el programa y el cronograma de clases. Agradecido de la difusión que puedan darle!!!!
Discutir los ochenta. Cultura, Política y Sociedad en los años de la transición
Prof. Esteban Lo Presti
Los años de la transición a la democracia en nuestro país son visitados recurrentemente desde lo social, las cuestiones políticas o la acción cultural, pero siempre de manera compartimentada. Son pocos los libros, seminarios o cursos que toman estas tres aristas indisolubles para intentar contar una década fundamental en la historia de nuestro país. Trascendental, además, por la importancia y protagonismo que nuestro país tuvo en el contexto latinoamericano.
Este curso está dirigido no solo a los estudiantes y graduados de la Facultad de Ciencias Sociales, sino también, y principalmente, a estudiantes de nivel medio y sociedad en general.
El curso se desarrollará en doce encuentros de dos horas de duración cada una, y el enfoque interdisciplinario atravesará cada uno de estos doce encuentros.
Cronograma de Clases.
Clase 1
Los últimos años de la dictadura. Las primeras resistencias sociales y políticas. La resistencia cultural (Teatro Abierto, la Revista Humor). El primigenio destape. Los primeros conflictos políticos en la cúpula militar.
Clase 2
La guerra de Malvinas. La literatura sobre el conflicto. El contexto internacional en la última etapa de la guerra fría. La apertura política. La sociedad y el conflicto. El rol y la desmitificación de los medios en la Guerra. El rol de los representantes de la cultura. Las 24 hs. de Malvinas.
Clase 3
Los partidos se preparan. La renovación en los partidos nacionales. Las juventudes políticas. La coordinadora radical y el adiós a la JP. El rol de la cultura. El movimiento por los derechos humanos.
Clase 4
La transición. Los distintos modelos transicionales. La elección de 1983. Los problemas a enfrentar. El rol argentino en la transición latinoamericana.
Clase 5
Los primeros pasos de Alfonsín. El juicio a las juntas militares. La normalización de las universidades. La ley de reforma sindical. Las políticas culturales. Los medios de comunicación. El plebiscito por el Beagle.
Clase 6
El cine argentino en la década. La renovación peronista. El fin del poder sindical. El nuevo mapa político del país.
Clase 7
Plan Austral. El traslado de la capital.
Clase 8
Los levantamientos militares. Punto Final y Obediencia Debida.
Clase 9
La segunda derrota y el fin de la hegemonía alfonsinista. Un nuevo amanecer cultural.
Clase 10
La campaña del 89. El triunfo de Menem. El inicio de la farandulización de la política. La privatización de los medios de comunicación y de las empresas de servicios públicos.
Clase 11
El fin de la guerra fría. La literatura y el cine. La caída del Muro de Berlín.
Clase 12
Conclusiones.
Bibliografía
Anguita, Eduardo y Caparrón, Martín: La voluntad, Planeta, 2007.
Alfonsín, Raúl: La cuestión Argentina, 1981.
—Memoria Política, FCE, 2004.
Beltrán, Mónica: La Franja, Aguilar, 2013.
Burgos, Andrés: Siete ministros, Planeta, 2012.
Castillo, Hernán: Todo Pasa, Aguilar, 2012.
Constenla, Chiquita: Raúl Alfonsín, Biografía no desautorizada, Ediciones B, 2009.
Delich, Francisco: 808 días en la Universidad de Buenos Aires, Eudeba, 2014
Igal, Diego: Humor, Marea, 2013.
Lapeña, Jorge: La energía en los tiempos de Alfonsín, 2014
Larraqui, Marcelo: Galimberti, Aguilar, 2006.
—Fuimos Soldados, Aguilar, 2007.
Larriqueta, Enrique: Así ganamos la democracia, Edhasa, 2008.
Leuco, Alfredo y Días, José Antonio: Los herederos de Alfonsín, Sudamericana, 1987.
—El heredero de Perón, Sudamericana, 1989.
Morales Sola, Joaquín: Asalto a la Ilusión, Sudamericana, 1989.
Muiño, Oscar: La otra juventud, Corregidor, 2011.
—Raúl Alfonsín, Aguilar, 2013.
Saborido, Jorge (comp.): Voces y Silencios: prensa y política durante la dictadura militar (1976-1983), Eudeba, 2011.
—Historia de la URSS, Emecé, 2008.
Storani, Conrado: Mi testimonio, Corregidor, 1994.
viernes, 14 de noviembre de 2014
El chico que no trajo a Fito
Puede que haya sido en 1985 o 1986. Ya no recuerdo muy bien
la fecha. Pero muchos años después es necesario asumir la derrota de una vez, y
crecer. Dejar atrás los fantasmas del fracaso. El primer, y tal vez único
fracaso a la hora de organizar una actividad.
Todos tenemos en nuestras familias algún primo con
contactos. Alguien conectado con esos a los que, si no somos nosotros mismos
famosos, no podemos llegar. En mi caso, es el primo Alberto. Hoy, esta rama de
la familia está medio alejada de él. No conozco los detalles pero sé que somos
nosotros los que salimos perdiendo. Pero por esos años no. El primo Alberto era
el talentoso. Tocaba la batería en un grupo que tuvo su cuarto de hora en los
setenta. Katunga. Un precursor de lo que hoy llamaríamos la movida tropical.
Fue un grupo muy grosso. Los más grandes saben de qué hablo. A tal punto que
hizo una larga gira por España. Incluso fue grupo soporte del mismísimo Serrat
en Un bar de mala muerte Barcelonés. Mi primo siempre fue un busca. Pero de
esos buscas a los que les va bien. Para mi viejo, lo que Alberto tocaba lo
convertía en oro. Así, por esos lejanos ochenta compró (con mi tío) un caballo,
el Cenit. Ganó un par de carreras y terminó corriendo cuadreras en Carmen de
Areco (con otro nombre, obvio). Pero las pocas que ganó en Palermo solventaron
los gastos de mis dos viajes de egresado (pero esa es otra historia).
Lo cierto que cuando volvió de España, Alberto se convirtió
en un hombre de contactos. Gerente de música del sello discográfico que lanzó
ATC (de nuevo, los más grandes saben de qué hablo), introdujo grandes figuras
musicales en nuestro ambiente: Camilo Sesto, Ángela Carrasco, José Vélez (este último
casi provoca un divorcio en la familia una noche de navidad, pero eso también
es otra historia).
Hasta aquí todo iba bien. Alberto con contactos en la
industria discográfica y con una discoteca personal súper surtida. Más de una
tarde la pasábamos en su casa grabando casettes y admirando su foto
autografiada por Serrat.
Pero los iniciales ochenta se convirtieron en la primavera
democrática. Y con ellos llegó el rock nacional y los centros de estudiantes. Y
con los centros de estudiantes, las revistas que, creíamos, iban a hacerle
sombra a la HUMOr, que todos terminábamos copiando.
Y algunos empezamos a escribir en esas revistas. No podía
faltar el típico poema construido a partir del título de las canciones pioneras
del rock, o la edulcorada biografía del Che, o la típica historieta contra el
aborto (si, la mayoría de los adolescentes de entonces, sobre todo en un
colegio donde había muchos compañeros de Acción Católica, grandes amigos por
cierto, estábamos en contra del aborto), todo ello mezclado con algún artículo
que filtraba algún cuadro de la Fede. La biblia y el calefón. Nuestro ADS, pero
no clandestino (esto solo lo van a entender los egresados del Nacional).
Y Alberto abría puertas. Primero para conseguir entradas
para la última hora de Badía y Cia. Después para conseguir un reportaje con el
mismísimo Badía! Allí fuimos, con mi amigo Fabián (parte fundamental de esos
años adolescentes). Como a un cuasi desconocido Ariel Roth (el hermano de…, que
todavía no tenía ese mote), a quien reporteamos en una habitación del Hotel
Presidente en un estado no muy estable (Creo que mi vieja algo le reprochó
después al primo Alberto).
Pero la frutilla del postre, la consagración para esos
reporteros adolescentes, era lograr una entrevista en la misma escuela.
Seríamos, después de eso, famosos. Los chicos que trajeron a quien arrancaba en
esos años. No nos parecía inalcanzable. Íbamos a llevar a Fito Páez al glorioso
Estados Unidos de San Martin, al Normal.
Obivio que hice el contacto a través del primo Alberto. Una
llamada al representante, coordinamos día y hora. Y listo. Que podía fallar.
Nada. Che, como lo llevamos a Fito? Mirá que no tiene coche, no maneja. “No
importa”, nos agrandamos. Lo pasamos a buscar y vamos en un taxi. De Belgrano a
San Martín. “Pasame la dirección”. Yo sabía que vivía en un chalet en Belgrano,
sobre la calle Pampa. Y allí fui, con un par de compañeras del centro (no puedo
recordar quienes eran, pero sería bueno que aparezcan y atestigüen en mi favor).
Fito no estaba, ya llegaría. “Pasen” me dice la señora que limpiaba.
En paralelo, Fabián y Juan armaban el escenario en la
escuela. Sería un reportaje con todo. Incluso alguien acercó un teclado. De
queruza. Cuando lo viese, como se iba a negar a tocar. El sonido a cargo de los
dos capos que pasaban música en la radio de San Martín.
Pero en la casa de Fito, Fito no llegaba. Los minutos
pasaban y la señora planchaba. Entiendan algo, queridos jóvenes amigos, no
había celulares. Pero tampoco había muchas líneas telefónicas. El contacto
había sido una simple llamada dos semanas antes, y la confirmación, un sencillo
“ok, dale, yo te garantizo que Fito va”.
Por otra parte, cuanto esperar…., la hora se acercaba y si
no llevábamos a Fito no podíamos usar la plata que el centro nos había dado
para el taxi. En algún momento primó la realidad, y la frustración. Fito no aparecería.
En su favor, probablemente el representante jamás le avisó. La señora nos dejó
pasar a la casa porque en esa época era normal que te dejen pasar “hola, vengo
a ver a Fito para llevarlo a un reportaje”, “Dale, pasá, espéralo”. Porque iban
a dudar. Por otra parte era la verdad.
Fue el viaje más largo en tren, de nuevo hasta San Martín.
Bajar en la estación y caminar las diez cuadras hasta el colegio. Cuando
llegamos al Colegio, en el anfiteatro (ese que hoy está inundado), unos ciento
cincuenta adolescentes ya sentían que no iba a pasar nada. No sé como pasé al
frente. Encaré y habré dicho “chicos, Fito no apareció”… “uhhhh”, fue la única
forma de rechazo. Nadie tiró sillas ni quiso pegarnos. Qué se yo, creyeron en
mi inocencia. Que en definitiva era la verdad. En esa época, si coordinabas
algo con alguien para dentro de un par de semanas no lo confirmabas por mail,
ni por mensaje de texto, ni por wash up. Es sencillo. No existía nada de ello.
Fabián y Juan siguieron en el mundo de la música. A Fabián lo veo seguido, es
de mis mejores amigos. Nunca le pregunté (ya que trabajó mucho con Fito, entre
otros tantos) si alguna vez le contó esta historia. A Juan lo vi hace dos años,
de casualidad, cuando llevó al Bahiano a un evento que hicimos en FSOC. Nunca
me voy a olvidar la tranquilidad con la que ese día levantó los equipos.
Mientras los pibes pasaban del tranquilo “uhhh” a unas puteadas más fuertes que
no pasaron a mayores.
El primo Alberto, cuando se enteró, de buena fe me dijo: “Dejá,
yo lo arreglo. Voy a hacer que manden una carta de disculpas…”, que nunca
llegó.
Y yo me convertí en “el pibe que no trajo a Fito”.
Nunca lo supe. Hasta que este sábado, en el tradicional acto de las bodas de
Plata y Oro del Colegio, le pregunté a una amiga por qué me saludan tantos, que
yo no me creía tan popular… y me recordó “sos el pibe que no trajo a Fito, se
acuerdan por eso”.
viernes, 7 de noviembre de 2014
Canillita y Diplomático
Llegué al edificio de Ayacucho 658 y solo estaba el Ruso.
Era poco más del mediodía y entonces, como ahora, los horarios para cursar en
Ciencia Política se concentraban en la mañana o a la noche. Sobre todo en este
último turno.
“Preparate pibe, que vas a ser famoso”. No entendía nada de
lo que decía. Recién volvía de terminar de hacer los bancos para mi viejo y
hacía pocas semanas que había oficialmente entrado a militar en la carrera,
después de un cuatrimestre de formación rápida en el CBC de Drago. El Ruso era
algo así como el segundo en el mando. A cargo, además, de la secretaría de
apuntes y número fijo para ser el próximo presidente del centro de estudiantes.
Si él lo decía, algo de cierto tenía que haber.
El diario de la corpo, por ese entonces no tan corpo, estaba
armando la nota de color central para el siguiente domingo. Juntar a cuatro
pibes que además de estudiar en la UBA, trabajaran. Original hace 26 años atrás.
Repetido hoy en día el recurso. Supongo que la línea de producción de la nota
habrá sido: Jefe de redacción que le pide al cronista una nota súper original.
Este le consulta al encargado de noticias de la UBA (periodista que hoy cubre
política de la UCR en el mismo medio), y este rápidamente le consulta a los
referentes de las agrupaciones. Supongo también que los únicos que respondieron
fueron los de la Franja, particularmente de una de las líneas que respondía a
Jesús, porque casi todos los que finalmente aparecimos en la nota respondíamos
a esa línea (un pide de Odonto, otro de Agronomía y un servidor).
Así, como si fuese un ejemplo a seguir, al día siguiente estaba
en la redacción de Clarín (Salvo el agregado de computadores y de un par de
LCD, no cambió nada desde entonces, lo comprobé hace un par de meses cuando me
reuní con Menchi Sabat para editar el libro sobre Pichuco).
No me acuerdo muy bien lo que dije, pero algo destacó sobre
el resto. Cuando me recibiese iba a dedicarme a la diplomacia. Sí, yo, el tipo
menos diplomático que conozco. Que además no sabe aun como fue que pudo aprobar
el global de inglés y los tres niveles de italiano. Lo cierto que en esos días,
de prematuro ingreso a la universidad, de mis primeros palotes en política,
creía que podía ser diplomático y seguir los pasos de uno de nuestros ídolos,
Caputo. Eso sí, le tiré un título “Canillita y Diplomático”, en letras de
molde, página impar, margen inferior derecho, con foto y todo, ahí estaba mi
historia. La de un pibe que desde chico (muy, desde los nueve años) ayudaba a
su papá en la parada que tenía en la puerta del todavía portentoso Hospital
Ferroviario, nave insignia del sindicalismo argentino donde se colocó el primer
corazón artificial del mundo (el pobre viejo que sobrevivió unas horas compartía
habitación con mi abuelo, carnet N° 13 de La Fraternidad, y la operación se
hizo para mojarle la oreja al equipo de Favaloro, la competencia).
Con foto y todo era la cosa. Como era complicado ir hasta la
puerta del hospital, nos llevaron en un remise a mangear alguna parada en
Constitución. Y ahí aparezco, simulando venderle un diario a un pibe de
espaldas y campera Adidas característica, mi amigo el Bardo que me había
acompañado.
La cosa era el lunes, cuando atendiendo la secretaría de
apuntes escuchaba como todos hablaban del pibe del diario. Si bien seríamos
unos cuatrocientos estudiantes, algunos todavía no éramos conocidos. Me causó
gracia escuchar una piba que decía “si, además dicen que es un pibe inteligente…”,
en paralelo alguien había difundido otra verdad a medias. Me iba bien en
Historia y eso sumaba a las leyendas.
Años después, reunidos en Mar del Plata en un congreso de la
SAAP, mientras conteníamos las pretensiones salariales de un pibe que iba a
tener un cargo rentado, este me espetó: “Vos seguramente no necesitaste
trabajar mientras estudiabas, por eso decís eso”. Sí, creo que es día terminó
de perderse mi vocación diplomática.
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