(Publicado hace tres años, con correcciones, porque el público se renueva)
"Venite mañana a la tarde, a las dos y media, a mi oficina. Te conseguí
trabajo", me tiró esa noche Guillermo. Eso quería decir, básicamente, que
había encontrado un conchabo que me permitía militar a la vez que hacer tareas part time como las que mi amigo tenía.
No sabía como venía la mano. Pero con mi traje y casiunicacorbata, estaba el
día siguiente en Suipacha al 700, esperando que Guille llegara con el que
también sería mi (supuesto) jefe. Presentó a un mexicano de bigote poco
poblado, que enseguida daba la sensación de que no era quien cortaba el
bacalao. Esa entrevista duro poco menos de cinco minutos. Al rato entramos a la
verdadera. La reunión en la oficina del dueño de Cúspide. Y ahí se definió
todo. Entraba a trabajar a Prentice Hall. En un conchabo medio raro.
Promocionábamos para PHH pero reportábamos a los Gil Paricio en Buenos Aires.
Nos mandaban un cheque desde México y el trabajo era (al menos por un par de
meses) part time. Cobrábamos en dólares que, si bien corrían las reglas de la
convertibilidad, no dejaban de ser billetes verdes. De casualidad un día me
crucé con Leandro de Sagastizabal, estaba iniciando su partida de Cúspide y su
llegada a Planeta. Pero además buscaba docentes para un par de comisiones del
CBC. Y en la misma semana que empecé a trabajar en PHH entre a dar clases en
Paseo Colón.
Mi vida laboral en el ámbito editorial pudo haber
durado poco. A la semana
de estar en PHH, tenia que esperar que pasara Guillermo a buscarme para
"entrenarme". Como no llegaba me puse a acomodar libros en una
estantería. Como a la hora apareció y nos cruzamos a Doppo para
almorzar. Dos
minutos después de irnos de la oficina, toda la estantería se vino
abajo,
exactamante sobre el escritorio en el que había estado esperando. Los
estantes
podrían haberme decapitado. Evidentemente no era ese día. Ese mismo año,
volvíamos de Mendoza en Lapa y casi nos venimos abajo. Nadie nos había
avisado que el trabajo editorial era una profesión de riesgo.
Ahí empezó mi aventura en el mundo del libro. Entre 1994 y 1998, promotor en
PHH. En el 98 empezamos a despegar de Cúspide y se armaron las gerencias
regionales. Cayó un jefazo de USA que nos dijo "les vamos a cambiar la
vida". Y cumplió. Al poco tiempo estábamos iniciando el start up
de Pearson en Argentina y Cono
Sur. Jornadas laborales de más de catorce horas en un edificio vacío que
casi
se caía al río. De un día para otro, aprender a armar una empresa. Menos
mal
que éramos politólogos y sabíamos un montón de números (cuac..). La
pivoteamos
bien. Teníamos un sudafricano de origen inglés como jefe que sabía menos
español que nosotros su idioma. Además, era musulmán, pero chupaba
Margaritas más que nosotros mate. El tipo se copó y confió en nosotros.
Pero lo
bueno dura poco. Un día el Ruso encuentra un fax (para los más jóvenes
les sugiero
que gugleen la palabra) donde daba a entender que renunciaba. Y ahí nos
cayó un
gallego-chileno cabrón a enseñarnos como era el mercado de libros
universitarios en Argentina. Se entiende que nunca congeniamos, no? Su
único
tema de conversación eran los autos. Cero onda conmigo. Pero la llevamos
dos
años. Hasta que blanqueó que quería poner a su amigo en mi lugar. Y así
fue.
Claro, en el proceso posterior las ventas bajaron escalonadamente de ahí
en más
y la crisis se cargó todo el equipo que había armado la editorial.
No importa. Al año ya estábamos trabajando en Planeta. De nuevo un start up. Esta vez de Ariel y Crítica.
Dos sellasos! Pero siempre hay un pero. Uno que se enoja porque a la semana de
estar ahí me mandan a España. Y lo más lindo es que yo no tenía la menor gana
de viajar. Estaba por nacer Carla y no quería irme. Pero fuí. Creo que nunca
nadie entendió que se pretendía hacer con esos sellos. Ni los gallegos ni los
de acá. Pero el Negro Pérez me bancó y durante un par de años laburé bárbaro en
Planeta. Pero lo bueno siempre dura poco. Cambio de mando y Planeta que compra
Paidós o, como decía Paula "parece que Paidós compró a Planeta". De
nuevo en poco tiempo a buscar nuevos rumbos. Eso si, a la larga todos afuera de
nuevo, incluso el progreeditor que había fundado Crítica. Y siempre con salidas
dudosas.
Enseguida entramos a Gedisa. Los seis meses mas bizarros de mi vida en el
mundo editorial. La editorial funciona en una casa embrujada y derruida. El
dueño es un señor mayor, ermitaño peleado con su hijo que maneja todo desde
España, y que atiende a la gente con las camisas rotas en escritorios
mugrientos con restos de comida del día anterior (este Sr. vive allí, aun hoy en 2017). El baño
del lugar, una letrina en el medio del patio. Un día vino un tapista que padece
de esclerosis múltiple. No puedan imaginarse lo que fue llevarlo al baño.
Tendría que haber hecho caso de la cara que Augusto me puso cuando le comenté
que había entrado ahí. Una anécdota pinta el lugar y al dueño: en una ocasión
le pidió a un administrativo que contara todas las hojas de una resma para
confirmar que tuviese 500. En fin.
Al año siguiente veo en el diario una búsqueda de Siglo XXI. Raro, le
consulto a un ex jefe de Planeta si sabía algo ya que su hijo era el gerente de
esa editorial. No tenía la más mínima idea: "Si lo echaron no me comentó
nada". En realidad era para SXXI de España. Uf. Otro inglés. A los cinco
mínutos de contratarme ya querían que me haga cargo de la residencia de la
empresa en Argentina y, claro, del plan de salvataje de la misma. Todo con
abogados en el medio. Y juicios cruzados entre las siglos de España, México y
Argentina. A esa altura algo había entendido. Arreglé por cuatro meses. Y
compromiso de pago en efectivo. Lo que costó cobrar.
Después de eso, solo free lance o proyectos llave en mano. Y una casi
exclusividad con Eudeba, gracias a Gonzalo y a Luis que, más que una puerta,
abrieron un portón y hacen que trabaje cómodo como nunca. Casi como en las
viejas oficinas de Suipacha 774, cuando empezábamos los primeros palotes en
esto del libro.
Pasaron veinte años. No recuerdo la fecha exacta, pero fue a mediados de
marzo. En el medio conocí grandes tipos, que me enseñaron todo: Joaquín,
Horacio, Guillermo (creo que también aprendimos juntos muchas cosas), el Negro
Pérez, Alberto Martínez, con quien en su primera gira de dos días en Buenos
Aires conocí a casi todos en el mundo editorial de la Argentina. Y otros
olvidables, sinceramente olvidables.
Trabaje con muchos amigos. Muchos dejaron de serlo, por el tiempo o por el
exceso de confianza que se tomaron. Solo una vez tuve que echar a alguién y eso
después de darle mas de un año de changüi. Pude comprar mi casa gracias a los
autores que me tocaron en suerte: No es que tengo el tapizado forrado con la
piel de ellos (como diría Charly García) pero la pieza de mi hija se llama
Philip Kotler en honor al padre del marketing
moderno.
Viajé por muchos lugares. A veces la pasé bien y otras mal. Estando en PHH
una vez un pseudo jefe insinuó que no trabajábamos. Lo meti en una gira en
micro (Buenos Aires-Mar del Plata-Rio Cuarto-Córdoba-Río Cuarto-Buenos Aires)
que casi lo deja llorando.
Me robaron un par de ideas. Algunas veces me callé y otras puteé y se me
cerró alguna puerta por eso. Inventé un par de autores. Algunos me lo agradecen
y otros se hacen los boludos (o boludas). Edité tipos que nunca podrían haber
publicado ni un cuento. Y vendieron. También algunos lo agradecen y otros no.
Reescribí varios libros. Pero no vamos a decir cuáles. Tuve, claro, varios
fracasos. Pero la mayoría de ellos no fueron por errarle en el tema o en el
autor sino porque los (nos) dejaron a pata.
Me angustié por no saber si asistiría gente a la presentación de algún
libro. Y me recontrapusecontento cuando quedaron doscientas personas sin poder
entrar a la presentación de un libro que edité (incluso un par de ex ministros
de la Nación).
Pude hablar con Alfonsín para pedirle el prólogo de un libro. Y el viejo,
que asumía compromisos de los más disímiles, me mandó un prólogo de cuarenta
páginas, para el que se tomo un fin de semana completo para preparar. Nadie
daba dos mangos que lo iba a conseguir. Más de veinte años de trabajo en el mundo editorial. Espero la cena homenaje y un reloj en dos años.