lunes, 1 de mayo de 2017

Veinte (23) años después

(Publicado hace tres años, con correcciones, porque el público se renueva)

"Venite mañana a la tarde, a las dos y media, a mi oficina. Te conseguí trabajo", me tiró esa noche Guillermo. Eso quería decir, básicamente, que había encontrado un conchabo que me permitía militar a la vez que hacer tareas part time como las que mi amigo tenía. No sabía como venía la mano. Pero con mi traje y casiunicacorbata, estaba el día siguiente en Suipacha al 700, esperando que Guille llegara con el que también sería mi (supuesto) jefe. Presentó a un mexicano de bigote poco poblado, que enseguida daba la sensación de que no era quien cortaba el bacalao. Esa entrevista duro poco menos de cinco minutos. Al rato entramos a la verdadera. La reunión en la oficina del dueño de Cúspide. Y ahí se definió todo. Entraba a trabajar a Prentice Hall. En un conchabo medio raro. Promocionábamos para PHH pero reportábamos a los Gil Paricio en Buenos Aires. Nos mandaban un cheque desde México y el trabajo era (al menos por un par de meses) part time. Cobrábamos en dólares que, si bien corrían las reglas de la convertibilidad, no dejaban de ser billetes verdes. De casualidad un día me crucé con Leandro de Sagastizabal, estaba iniciando su partida de Cúspide y su llegada a Planeta. Pero además buscaba docentes para un par de comisiones del CBC. Y en la misma semana que empecé a trabajar en PHH entre a dar clases en Paseo Colón.
Mi vida laboral en el ámbito editorial pudo haber durado poco. A la semana de estar en PHH, tenia que esperar que pasara Guillermo a buscarme para "entrenarme". Como no llegaba me puse a acomodar libros en una estantería. Como a la hora apareció y nos cruzamos a Doppo para almorzar. Dos minutos después de irnos de la oficina, toda la estantería se vino abajo, exactamante sobre el escritorio en el que había estado esperando. Los estantes podrían haberme decapitado. Evidentemente no era ese día. Ese mismo año, volvíamos de Mendoza en Lapa y casi nos venimos abajo. Nadie nos había avisado que el trabajo editorial era una profesión de riesgo.
Ahí empezó mi aventura en el mundo del libro. Entre 1994 y 1998, promotor en PHH. En el 98 empezamos a despegar de Cúspide y se armaron las gerencias regionales. Cayó un jefazo de USA que nos dijo "les vamos a cambiar la vida". Y cumplió. Al poco tiempo estábamos iniciando el start up de Pearson en Argentina y Cono Sur. Jornadas laborales de más de catorce horas en un edificio vacío que casi se caía al río. De un día para otro, aprender a armar una empresa. Menos mal que éramos politólogos y sabíamos un montón de números (cuac..). La pivoteamos bien. Teníamos un sudafricano de origen inglés como jefe que sabía menos español que nosotros su idioma. Además, era musulmán, pero chupaba Margaritas más que nosotros mate. El tipo se copó y confió en nosotros. Pero lo bueno dura poco. Un día el Ruso encuentra un fax (para los más jóvenes les sugiero que gugleen la palabra) donde daba a entender que renunciaba. Y ahí nos cayó un gallego-chileno cabrón a enseñarnos como era el mercado de libros universitarios en Argentina. Se entiende que nunca congeniamos, no? Su único tema de conversación eran los autos. Cero onda conmigo. Pero la llevamos dos años. Hasta que blanqueó que quería poner a su amigo en mi lugar. Y así fue. Claro, en el proceso posterior las ventas bajaron escalonadamente de ahí en más y la crisis se cargó todo el equipo que había armado la editorial.
No importa. Al año ya estábamos trabajando en Planeta. De nuevo un start up. Esta vez de Ariel y Crítica. Dos sellasos! Pero siempre hay un pero. Uno que se enoja porque a la semana de estar ahí me mandan a España. Y lo más lindo es que yo no tenía la menor gana de viajar. Estaba por nacer Carla y no quería irme. Pero fuí. Creo que nunca nadie entendió que se pretendía hacer con esos sellos. Ni los gallegos ni los de acá. Pero el Negro Pérez me bancó y durante un par de años laburé bárbaro en Planeta. Pero lo bueno siempre dura poco. Cambio de mando y Planeta que compra Paidós o, como decía Paula "parece que Paidós compró a Planeta". De nuevo en poco tiempo a buscar nuevos rumbos. Eso si, a la larga todos afuera de nuevo, incluso el progreeditor que había fundado Crítica. Y siempre con salidas dudosas.
Enseguida entramos a Gedisa. Los seis meses mas bizarros de mi vida en el mundo editorial. La editorial funciona en una casa embrujada y derruida. El dueño es un señor mayor, ermitaño peleado con su hijo que maneja todo desde España, y que atiende a la gente con las camisas rotas en escritorios mugrientos con restos de comida del día anterior (este Sr. vive allí, aun hoy en 2017). El baño del lugar, una letrina en el medio del patio. Un día vino un tapista que padece de esclerosis múltiple. No puedan imaginarse lo que fue llevarlo al baño. Tendría que haber hecho caso de la cara que Augusto me puso cuando le comenté que había entrado ahí. Una anécdota pinta el lugar y al dueño: en una ocasión le pidió a un administrativo que contara todas las hojas de una resma para confirmar que tuviese 500. En fin.
Al año siguiente veo en el diario una búsqueda de Siglo XXI. Raro, le consulto a un ex jefe de Planeta si sabía algo ya que su hijo era el gerente de esa editorial. No tenía la más mínima idea: "Si lo echaron no me comentó nada". En realidad era para SXXI de España. Uf. Otro inglés. A los cinco mínutos de contratarme ya querían que me haga cargo de la residencia de la empresa en Argentina y, claro, del plan de salvataje de la misma. Todo con abogados en el medio. Y juicios cruzados entre las siglos de España, México y Argentina. A esa altura algo había entendido. Arreglé por cuatro meses. Y compromiso de pago en efectivo. Lo que costó cobrar.
Después de eso, solo free lance o proyectos llave en mano. Y una casi exclusividad con Eudeba, gracias a Gonzalo y a Luis que, más que una puerta, abrieron un portón y hacen que trabaje cómodo como nunca. Casi como en las viejas oficinas de Suipacha 774, cuando empezábamos los primeros palotes en esto del libro.
Pasaron veinte años. No recuerdo la fecha exacta, pero fue a mediados de marzo. En el medio conocí grandes tipos, que me enseñaron todo: Joaquín, Horacio, Guillermo (creo que también aprendimos juntos muchas cosas), el Negro Pérez, Alberto Martínez, con quien en su primera gira de dos días en Buenos Aires conocí a casi todos en el mundo editorial de la Argentina. Y otros olvidables, sinceramente olvidables.
Trabaje con muchos amigos. Muchos dejaron de serlo, por el tiempo o por el exceso de confianza que se tomaron. Solo una vez tuve que echar a alguién y eso después de darle mas de un año de changüi. Pude comprar mi casa gracias a los autores que me tocaron en suerte: No es que tengo el tapizado forrado con la piel de ellos (como diría Charly García) pero la pieza de mi hija se llama Philip Kotler en honor al padre del marketing moderno. 
Viajé por muchos lugares. A veces la pasé bien y otras mal. Estando en PHH una vez un pseudo jefe insinuó que no trabajábamos. Lo meti en una gira en micro (Buenos Aires-Mar del Plata-Rio Cuarto-Córdoba-Río Cuarto-Buenos Aires) que casi lo deja llorando.
Me robaron un par de ideas. Algunas veces me callé y otras puteé y se me cerró alguna puerta por eso. Inventé un par de autores. Algunos me lo agradecen y otros se hacen los boludos (o boludas). Edité tipos que nunca podrían haber publicado ni un cuento. Y vendieron. También algunos lo agradecen y otros no. Reescribí varios libros. Pero no vamos a decir cuáles. Tuve, claro, varios fracasos. Pero la mayoría de ellos no fueron por errarle en el tema o en el autor sino porque los (nos) dejaron a pata.

Me angustié por no saber si asistiría gente a la presentación de algún libro. Y me recontrapusecontento cuando quedaron doscientas personas sin poder entrar a la presentación de un libro que edité (incluso un par de ex ministros de la Nación).
Pude hablar con Alfonsín para pedirle el prólogo de un libro. Y el viejo, que asumía compromisos de los más disímiles, me mandó un prólogo de cuarenta páginas, para el que se tomo un fin de semana completo para preparar. Nadie daba dos mangos que lo iba a conseguir. Más de veinte años de trabajo en el mundo editorial. Espero la cena homenaje y un reloj en dos años.

martes, 4 de abril de 2017

Mi NO foto con Sartori

Fue durante el congreso de la IPSA que se hizo en Buenos Aires en 1991. En esa época no había celulares, o si alguien tenía uno eran esos ladrillos o valijas y obviamente que nosotros, estudiantes, no accedíamos a los mismos. Apenas si alguno tenía una cámara con rollo chato o rollo común de 24 o 36 fotos. A nosotros nos tocó administrar el paper room. Fueron los tres días que trabaje (gratis) más intensamente en mi vida: los expositores llegaban, dejaban su paper, por el grado de importancia se definía cantidad a imprimir y cada dos horas nos ibamos a Laiglon a hacer las copias y traerlas de nuevo. Mientras, había que controlar la venta y la facturación de esos papers. Por ahí teníamos dando vuelta a Paramio, O'Donnell, Schmitter y otros grandes mas. Entre ellos Sartori. En un momento pude sacarme la foto con el italiano. El fotografo disparo un par de veces y esperamos ansiosos que al día siguiente la pusiera en el panel para poder comprarla. Esperamos. La foto nunca apareció. El congreso terminó. Y mi foto no apareció. Frustrado conseguí la dirección del fotografo. Pude revisar todos los "contactos" (así se llamaban, supe años despues, a las fotitos chiquitas de prueba). Tampoco estaba la foto. Mi bronca fue mucha. Mi cholulismo académico de entonces quedó frustrado. Recordé esta anecdota hace un par de años en Mendoza, en el Congreso de la SAAP. Viaje relampago y saludo con Panebianco (con quien había estado un par de dias antes en Eudeba). Había celular. Pero casi sin carga. Otra frustración de cholulismo académico más... por suerte una chica de la organización sacó la foto con su cámara y me la mandó por Face. Después de sacarla se me acerca reconocido politólogo y dirigente político nacional y me dice "Che, ese es Panebianco, no?". Y choluleo como el que mas posando al lado de este otro tano... Yo, que el único aporte que hago a la disciplina es dar clases en el CBC, me sentí menos cholulo.

domingo, 12 de marzo de 2017

Good By Indio (actualizado)

Hace unos años escribí esta entrada. Tiene tanta vigencia como hoy. Andate Indio, no servís para nada. 


Empecemos por el principio. No me gusta el Indio Solari. No me gustan los Redondos. Jamás entendí sus letras ni me provocaron el más mínimo placer. Lo único que me gusta es el nombre que le puso a sus actuales músicos: "Los fundamentalistas del aire acondicionado". Para mi, que me considero un fundamentalista real, creo que es un justo reconocimiento.

Por qué, entonces, escribir sobre el susodicho, a quien hasta hace un par de días consideraba un ladriprogresista más? Es sencillo. Hoy lo considero el mejor ejemplo de entrepeneur capitalista que se pueda conseguir en la alicaída plaza argenta.

El hombre no negocia con los productores, es su propio productor y levanta (según los medios) unos veinticinco palitos limpios. Eso después de generar innumerables puestos de trabajo en producción, venta de entradas, seguridad, etc. Sin contar con el movimiento económico que derrama sobre las arcas de la ciudad que lo recibe, en este caso, Gualeguaychú. Una ciudad de menos de cien mil habitantes que por un fin de semana recibe unos ciento treinta mil almas de visita, que pernoctaran en los pocos hoteles que encuentren o en carpa. Que consumirán alimentos y bebidas hasta no quedar un solo pancho por vender. Que compraran souvenirs. Es decir, meterán en la ciudad, a trescientos pesos por cabeza por día, unos setenta millones de pesos. Esos le dejaran al municipio limpios por ingresos brutos unos dos millones y medio de pesos (más que la tasa por espectáculos de la cual es eximido el ¿músico? ¿empresario? ¿entrepeneur?). Sin contar que hasta el kioskero de la esquina va a tener que renovar toda su mercadería.

Sigamos. ¿El hombre dona esos veintipico de palos para la revolución? No. ¿Dona la mitad para el hospital zonal, que también seguramente verá colapsada su capacidad de atención? No. ¿Dona de cada recital un porcentaje para la familia Bullacio? No, y al fin y al cabo, por qué habría de hacerlo? ¿Reparte el dinero en cooperativa con sus músicos? No, ese era Pugliese, otro pelado insigne, comunista de los de verdad, medio stalino, pero alguna vez estuvo preso.

El hombre se la queda él. Como corresponde. Que mejor representación social del capitalismo. "Yo la genero, yo me la quedo". Tiene todo su derecho: genera puestos de trabajo, paga lo que corresponde a SADAIC (para que su ex socio artístico no se queje), moviliza la economía de una ciudad del interior que por estos días no dependerá del precio mundial de la soja, etc.

Eso es el capitalismo. El capitalismo más puro. No me vendas una revolución. O si, vendela.

PS: Todos se maravillan con la película Good Bye Lenin, pero creo que nadie la entendió. En definitiva, la madre del protagonista solo quería tomar Coca Cola.

PS2: Al Indio le detectaron Parkinson y llora por todos lados con "Su Enfermedad", la hace suya, como si no hubiese otros que la padecen o padecieron. Indio: a Michael Fox se la detectaron cuando tenía 25 años y dedica su vida a buscar una cura para todos con una dignidad que nunca vos vas a tener.