Corrían los años de la dictadura y la actividad social se
había trasladado de los comités o unidades básicas barriales a las parroquias o
clubes de barrio.
La Santa Teresita del Niño Jesús, sobre la calle Quiroz en
Villa Ortúzar (Parroquia famosa por dos hechos relevantes, allí fui bautizado y
allí se casó, hace unos años, Valeria Lynch, la vecina exitosa del barrio)
tenía una asociación de padres o vecinos bastante activa. Organizaban una
búsqueda del tesoro en coche por las calles del barrio, pasaban cine algunos
viernes, tenían una súper kermesse durante todo octubre para festejar el día de
la santa y albergaban un grupo barrial de teatro amateur.
No es casual entonces que para el Día del Niño organizaran
grandes festejos con competencias y premios incluidos. Como en todo, había
ganadores y perdedores. Casi como unos Juegos Olímpicos infantiles: Carreras de
embolsados, pesca de la manzana, ronda de la silla y así.
Siempre que competía, salía último. No hay de que asombrarse.
Lo mío nunca fueron los juegos corporales, de ningún tipo. Pero ese día pasó
algo. Me anoté por descarte en uno particularmente asqueroso: había que
rescatar un caramelo ácido Suchard entre un plato lleno de harina.
Supongo que éramos cinco o seis competidores, no más. A la
voz de “aura” del juez (algún devoto vecino del barrio), incruté mi cabeza en
el plato. Abrí mi boca, que rápidamente se convirtió en un masacote de engrudo
y pesqué el caramelo. No debieron haber pasado ni dos segundos. Gané. ¡Gané!
Creo que lo festejé más que el Mundial 78.
La ceremonia de premiación fue emotiva. Solo faltó cantar el
himno e izar la bandera. El premio, un juego de la oca o algo por el estilo.
Era un detalle, lo importante era ganar.
Es cierto que no fue la única vez que gané algo en la
Iglesia. Unos meses después, en la ruleta (a la que se apostaba con chocolates
también Suchard en lugar de fichas), acumule las suficientes para intercambiar
por un cuadrito que creo, aun hoy, está colgado en alguna de las paredes de
Victorica. Pero en la timba, a diferencia de mi viejo, casi siempre me fue
bien.
(Para Carla, que a veces mete goles en
handball).