Hace tiempo estoy con ganas de contar esta historia. Creo
que fue el primer momento de rebeldía que tuvimos allá por los 80. Recién se
habían prometido elecciones y aun no quedaba clara quienes serían aquellos que
protagonizarían la contienda electoral. Por el PJ sonaba fuerte la candidatura
de Luder con Bittel, aunque tallaba también Cafiero. En la UCR se daba por
sentado la fórmula Alfonsín-De la Rúa, pero el viejo dijo “gano solo” y la fórmula
termino siendo otra.
No importa, no es de eso de lo que hoy quiero hablar.
El año es claro, 1983. Seguro que por los meses de abril o
mayo. Por algún motivo nos quedamos sin profesor o profesora de música. Llegó
el suplente. No fue raro que entre sus antecedentes estuviese el de tener horas
de clase en el Liceo Militar. Cercano al colegio, por los setenta los
aprendices de soldados solían noviar con las chicas del Normal. Lo raro es que
el hombre lo reivindicara con soberbia y valentía en ¡1-9-8-3! Se entiende que
cincuenta adolescentes, imbuidos de las heridas cercanas de la guerra de
Malvinas y los horrores que empezaban a conocerse, no fuesen un auditorio
amigable para dicha soberbia.
El hombre entró con todo. Nos contó uno a uno. Cincuenta: “Señores,
les voy advirtiendo. En mis cursos solo promociona el 10%, el 60% va a final y el
30% restante a marzo directo. No acepto ningún tipo de falta. Amonestaciones en
ese caso. Shick, shick [juro que uso la onomatopeya que ya por entonces
empezaba a difundir Guillermo Nimo]. A marzo directo [reiteró]”.
El terror se adueñó del aula. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué
bicho le había picado a este tipo? El nuestro era un Colegio del Estado. Pero
no era un Liceo Militar y el hombre pretendía que desfiláramos al son de la
Marcha de Ituzaingó. Su mensaje fue violento. A destiempo.
Seguro lo comentamos en el recreo. De alguna forma había que
sacarse de encima a ese tipo. En ese entonces, con más de dos materias previas
no solo repetías de año, sino que tenías que irte del normal. Y cuarenta y
cinco de nosotros ya teníamos, según la proyección, una materia previa.
Por primera vez fuimos rebeldes. Conseguimos (de nuevo, no
sé como) ver a la Directora. Entiendan, hoy entrar al despacho del Director
puede ser habitual. Cotidiano. Y en el 95% de los casos es para plantarse
firme. No por rebeldía, por boludez. Pero entonces era entrar a un lugar sacrosanto.
Estábamos en la dictadura todavía. Y no sabíamos que esa mujer que nos atendía,
Pelleyro, se había jugado más de una vez por sus profesores. A alguno dándole
trabajo, a otra negando que presente cuando la viniesen a chupar. Pero no lo
sabíamos. En parte porque su trabajo era ese, que no lo supiésemos. En parte
porque más de un preceptor te metía amonestaciones si te encontraba leyendo la
revista Humor.
La Directora nos recibió. En realidad creo que el tema fue
por otra cosa. Si, fue por otra cosa. Nos habíamos mandado un moco. Nos iban a
cagar a pedo en grupo. No me piden que recuerde el moco. No lo recuerdo. Pero
tuvimos cintura. Entramos con la seguridad de amonestaciones colectivas y
salimos con un trofeo. Alguien sacó el tema (no, no fui yo). Y todos seguimos
atrás. Planteamos que el tipo nos daba terror. Que nos parecía que “pedagógicamente”
[sic] no era la manera. Que no podía prejuzgar. La mujer nos miró sorprendida,
realmente. Dijo: “algo voy a hacer”. En paralelo, algunas madres se habían quejado, por la violencia ejercida por Gomes y por cierto dejo de misoginia explícita.
A la semana la preceptora nos presentó un nuevo profesor de
música (o profesora). Gomes había renunciado. No supimos nunca más nada de él.
Había estado en el lugar equivocado en el momento equivocado.
No quiero decir que este fue uno de nuestros actos en la
lucha para terminar la Dictadura. No. No fuimos cruzados entonces. Otros se la
jugaron de verdad. Pero si fue un acto colectivo, todos estuvimos de acuerdo,
incluso alguno que pudiese adherir al Proceso. Pero sí que fue un granito de arena.
Nosotros, los de entonces, nos cargamos a Gomes.