lunes, 25 de mayo de 2015

El juguete que rompimos es otro



Casciari se equivoca. Una vez más. No me gusta Casciari. Está, para mí, en el panteón de los vendehumo, ahí al costadito de Bielsa y de Caruzzo. Pero también con los mocasines gastados de Néstor y el pelo al viento de Evita.
Escribe y habla lindo. No lo vamos a negar. Mejor que muchos. Mejor que yo. Igual, el problema no es Casciari. Allá él, cuando se sitúa en ese dudoso punto neutral de creerse diferente al resto y que sus productos culturales deben sortear barreras aduaneras porque son populares y progres. Conmigo no. O pasan todos o somos el país que somos.
El juguete que rompimos es otro. No el fútbol. Y lo jugábamos mejor que al fútbol. Y mejor aún porque éramos [casi] todos del mismo equipo. Otra que la mitad más uno. Éramos la mitad más muchos.
Nos poníamos todos la misma camiseta. En la tele hasta se hacían novelas sobre nuestro equipo. Cantábamos las mismas canciones y nos emocionaban las mismas jugadas. No necesitábamos hablar de inclusión porque éramos todos del mismo club. El barrio nos contenía. Pero el club rompía barreras sociales. Y no se dejaba arrastrar por tontas divisiones religiosas o políticas. Y menos laborales.
El club tenía sus ídolos. Si uno de esos estaba al frente de tu grupo, eras feliz. Podían tocarte otros, tal vez un poco menos copados. Pero igual los respetaba porque tenían ciertas herramientas que a la larga te hacían lo que ibas a ser.
Pero un día empezamos a abandonar el club. Dejamos que el pasto crezca y que nadie extirpe las malezas. Agarramos los mapas y empezamos, contra toda lógica, a ponerlos al revés. Pusimos en tela de juicio todo. Y los mejores dirigentes del club decidieron irse. Desde la AFA de esos clubes (que no era la Asociación del Fútbol Argentino) hicieron más laxas las reglas. Cambiaron los reglamentos y la manera de jugar el juego que se jugaba en esos clubes. La camiseta, esa tan linda y tan blanca que nos poníamos, no importó más. Las canciones empezaron a ser diferentes. Ahora había que cantarlas más fuerte, casi como las barrabravas en la cancha. Abrazados todos como rugbiers.
Y sin darnos cuenta, o mejor dicho, mirando para otro lado, el club se fue fundiendo de a poco. Le fuimos quitando el contenido. O, lo que es peor, dejamos que sus mejores recursos humanos lo abandonen. Esos que le daban diversidad y equidad. Empezamos a hablar de esos conceptos justo cuando se los estábamos quitando.
Le quitamos lo más lindo que tenía el club. El valor de la idea del progreso y del ascenso social. Dejamos que el club se fuese al descenso.
Entonces, no rompimos ese juguete del cual habla Casciari en su relato (insisto, lindo relato, aunque no me guste el autor). Rompimos otro. Más caro. Más antiguo. Casi tan añoso como los años que cumple el país. Y con eso rompimos todo.